Luis Suárez ya había sido un chivo expiatorio al que se le culpaba por todo lo que salió mal en el Barcelona. Ya lo habían rechazado, se le había dicho sin delicadeza que el nuevo entrenador del club, Ronald Koeman, no requeriría sus servicios.
Se le había obligado a sentarse junto al presidente que había provocado toda esta situación para darle las gracias por confiar en él, a pesar de que la idea de que lo forzaran a irse lo había llevado a las lágrimas. Lo peor, sin embargo, todavía estaba por llegar, una última indignidad en su verano de humillación.
El 17 de septiembre, Suárez aterrizó en la ciudad italiana de Perugia ante un júbilo considerable. El aeropuerto al que arribó emitió un comunicado celebrando su llegada. Su avance hacia la Universidad para Extranjeros de la ciudad fue acompañada por una multitud de seguidores y fotógrafos. Incluso la universidad le agradeció haberla honrado con su presencia.
Se suponía que su estadía sería breve. Suárez estaba ahí para tomar un examen de italiano. Su esposa, Sofía Balbi, es de ascendencia italiana, lo que hacía de Suárez candidato a la ciudadanía si es que lograba comprobar su destreza con el idioma.
Era algo que había estado planeando al menos por un año, diría más tarde, pero en ese momento su motivación parecía mucho más inmediata: la Juve le ofrecía una salida veloz del Barcelona, pero no podía contratar más jugadores de fuera de la Unión Europea. Para la transferencia era clave que Suárez contara con un pasaporte italiano. Minutos después de su llegada se marchó. Había pasado el examen.
Pero eso solo fue el principio. Unos días más tarde la oficina de la fiscalía de Perugia y la Guarda di Finanza, una de las muchas agencias de la ley de Italia, anunciaron que investigaban “irregularidades” en la prueba. Suárez, insinuaron, había recibido información sobre las preguntas con antelación y solo se le había pedido que tomara la sección oral del examen.
La universidad fue acusada de aceptar darle una nota intermedia —suficiente para aprobar— antes de haber tomado el examen. La Juventus, dirían más tarde los fiscales, habían buscado ejercer presión “a los más altos niveles institucionales” para acelerar el proceso. Se había interceptado una llamada telefónica de su tutora de italiano a uno de los examinadores en la que admitía que Suárez era incapaz de “pronunciar ni una palabra” de italiano.
A pesar de que tanto la escuela como la Juventus han negado haber incurrido en mala praxis y a Suárez jamás se le acusó de falta alguna, el daño a su reputación fue considerable.
Luis Suárez, por supuesto, hace rato que está acostumbrado a que se le presente —a menudo con razón— como un villano. Y su imagen volvió a cambiar otra vez cuando su verano descendía por la tragedia hasta convertirse en una farsa: desdeñado por el Barcelona, acusado de hacer trampa en un examen y, a los 34 años, aún uno de los goleadores más talentosos de su generación, condenado a interpretar la coda de su carrera como un personaje ridículo.
Pero no fue así al final. Suárez no firmó con la Juve. Más bien, liberado de su contrato con el Barcelona, se unió al Atlético de Madrid. Los jerarcas del Barcelona habrían preferido que se marchase a Italia o a Francia —el París St. Germain también mostró interés— en lugar de a un rival directo. Hubo algo de inquietud en cuanto a que los ejecutivos pudieran arrepentirse de la decisión. Pero ni ellos podían haber anticipado cuánto se iban a arrepentir.
Al prepararse para liderar la escuadra del Atlético contra el Chelsea en la Liga de Campeones el martes por la noche, Suárez está “en uno de los mejores momentos de su carrera”, como dijo Enrique Cerezo, presidente del Atleti.
Ha anotado 16 goles para el equipo de Diego Simeone en 20 partidos de La Liga. El Atlético es líder en España, con tres puntos de ventaja y un juego menos que el Real Madrid, que va en segundo lugar. Gracias en gran parte a Suárez, el Atlético acaricia el sueño de su primer título en la liga desde 2014 y solo el segundo de este siglo. En los primeros seis meses de su carrera en el Atlético ha dejado claro algo, sin lugar a dudas: “Luis Suárez no está viejo”, dijo Cerezo.
La primera vez que el entrenador y el jugador hablaron por teléfono, Simeone detectó “la energía, el hambre, la resistencia” que no solo han caracterizado siempre a Suárez sino que también fueron las mejores cualidades de Simeone como jugador. Sobre todo, Simeone sintió que Suárez tenía algo que probar. “Tenía un deseo de mostrar que sigue siendo relevante”, dijo el entrenador.
Es tentador atribuir el momento de Suárez en Madrid al reavivamiento de ese fuego interior. Después de todo, siempre ha dado la apariencia de que está mejor cuando tiene algo o alguien contra quien rabiar, ya sea un oponente, una autoridad o, en este caso, simplemente la posibilidad de que se apague su luz. “Algunos no creían que yo todavía era capaz de jugar al más alto nivel”, dijo Suárez esta semana.
Y aún así también es posible creer que lo contrario es cierto: que Suárez se ha reencontrado consigo mismo no en la guerra sino en la paz.
Sebastián Abreu, su excompañero de selección, le dijo al diario español El País esta semana que creía que, con el último año de Suárez en el Barcelona, el club “montó una campaña en la que identificaron a Luis como el problema de todo, junto con Lionel Messi”. Suárez, a juzgar por sus comentarios públicos, parece estar de acuerdo con dicha percepción.
En el Atlético, al contrario, no solo se ha encontrado con un entrenador que —como dijo Abreu— “sabe perfectamente cómo tratar a un jugador” sino que ha encontrado un club que “no culpa a Suárez por cada situación y eso lo ha liberado para disfrutar completamente de jugar al fútbol”. Sin batallas fuera del campo, ha podido dedicarse otra vez a ganarlas dentro de la cancha.
Y, lo que es igualmente importante, se ha encontrado con un equipo preparado para ofrecerle el respaldo que necesita. Así como el Atleti ha revivido a Suárez, Suárez ha revivido al Atlético. Simeone siempre vio al uruguayo como el mejor delantero puro del mundo pero sabía que, a los 34 años, ya no sería capaz de jugar al contraataque de forma tan contundente como había hecho, por ejemplo, con el Liverpool en sus 20.
Para restaurar la gloria pasada de Suárez, Simeone prescindió del enfoque de contraataque que ha caracterizado su paso por el club. En su lugar diseñó un juego más orientado a la posesión, un estilo defensivo de presión alta para que más futbolistas jugaran más cerca de Suárez y le acercaran la bola en zonas donde pudiera hacer más daño. “El equipo lo acompaña para que pueda convertirse en la mejor versión de sí mismo”, dijo Simeone. “Y eso es anotando goles”.
Incluso para alguien que, como Simeone, nunca dudó de la habilidad de Suárez —que nunca confundió el tictac del reloj con la campana de cierre— sigue habiendo sorpresas de vez en cuando.
A finales de enero, el entrenador del Atlético encontró que el goleador se había quedado en el campo de entrenamiento, practicando tiros libres con algunos compañeros: Thomas Lemar y João Félix. Presintiendo una oportunidad para presentarle un desafío a su goleador, Simeone observó que casi no lo había visto anotar ese tipo de disparos durante su carrera.
Unos días después, Suárez logró uno en un partido contra el Cádiz. Estaba a unos 27 metros de la portería. Lo metió en la esquina superior. Suárez también aprobó ese examen.