Simplemente, gracias Morro (y perdón)

¿Qué nos hace humano?  ¿Cuándo es demasiado tarde? ¿Cuáles son las señales que no vemos en una persona que vive un profundo dolor? ¿Por qué lo hizo?

Responder esto tal vez nos dé una poco de claridad ante tanto momento oscuro y doloroso, pero nada tapa la herida que deja una partida como esta. Alguien se fue porque decidió ponerle punto final a su propia vida.

La muerte de Santiago Morro García nos llegó como un nocaut: sin darnos un momento de reacción. Seco, fuerte, instantáneo.

Se fue un loco lindo del fútbol, de esos que lo rodeaba un magnetismo único. Su talento era incuestionable y los poderosos le tenían miedo. Verlo jugar era hermoso y le brindó calidad y jerarquía al fútbol mendocino.

Pero en esa elite existen soberbios que creen que se la saben todas y no entienden (o les importa muy poco) que un jugador de fútbol es humano que tienen debilidades, sufre y siente.

Morro, nos hiciste creer que con vos todo era posible.

Mientras nos regalaba alegrías con goles, gambetas, travesuras y locuras, el Morro luchaba contra sus demonios internos. “Hubo un momento en que pensé dejar de jugar al fútbol, al punto tal que un día abro la puerta y mi hermano vio de la manera en que estaba viviendo. No prendía la luz de mi casa, estaba totalmente deprimido y no quería jugar más”, comentó una vez.

En esta trágica historia, cada protagonista sabrá lo que hizo y lo que no. Es momento de actuar de verdad con proyectos en materia de contención psicológica. Hay que hablar con los jugadores, escucharlos y acompañarlos.

Al ídolo lo dejaron solo y le dieron la espalda. 

Ayer fue un día de esos que te desgarran el alma entre tantas lágrimas de los hinchas que todavía buscan una explicación de su decisión. Hoy prefiero recordar al Morro en su mejor versión: gritando, bailando como loco y desplegando las manos al cielo cada vez que gritaba un gol.

De aquel 12 de febrero del 2016 en el empate ante Independiente hasta el 10 de febrero de 2020 en la victoria sobre Huracán. Del primer gol al último.

Son 51 tantos, yo prefiero llamarlos 51 veces que nos dio un pedazo de su corazón.

Simplemente, gracias Morro (y perdón)

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