La consigna no está mal, no carece de buenas intenciones. “Ni una menos”, contra la violencia de género, busca alertar contra un mal “endémico” que empieza a arrojar cifras alarmantes: una mujer es asesinada cada 30 horas en la Argentina.
De acuerdo, hay que alertar sobre la cuestión, hacer algo, lo que sea al respecto. Pero, ¿un cartel? ¿Alcanza con eso? ¿Sirve acaso para algo?
Uno imagina la mente perversa del misógino violento, sádico, psicópata en muchos casos. Con esa pulsión asesina, enfermiza contra las mujeres. ¿Cómo afecta el cartelito a esa mente mórbida? ¿Ayuda el #NiUnaMenos a disminuir el índice de ataques al sexo femenino?
A simple vista, no: desde que empezó la movida para alertar por la violencia de género, se han multiplicado los casos de mujeres golpeadas y/o asesinadas por sus parejas y exparejas.
Otra vez: es correcto, considerado, pertinente, no solo llevar el cartelito, sino además hablar del tema. Pero no sirve. El mensaje no llega donde tiene que llegar, siquiera mínimamente.
Mientras se habla al respecto, con clichés y estereotipos repetitivos y gastados, hay normas ad hoc que no se han reglamentado sobre violencia contra las mujeres. Por caso, en Mendoza hay media docena de proyectos de ley que duermen el sueño de los justos.
Este punto —no es el único, ojo— denota la hipocresía que envuelve a esta problemática.
Se insiste: no sirve un cartelito de ocasión. Sirve la prevención, la incorporación de la cuestión del femicidio a la currícula educativa, a la charla entre padres e hijos. Darle relevancia a este tópico no es solo portar una proclama que incluso muchos no entienden qué significa. Es mucho más que ello, es asumirlo como algo que toca a la ciudadanía en su conjunto.
Hasta ahora, todos mencionan la violencia de género como algo ajeno, salvo a los que la vivieron. Para todos los demás, es una cuestión que vivió alguien más, ya sea como víctima o victimario. Es un garrafal error.
El femicidio como tal habla de una sociedad enfermiza, de su cultura y sus valores. De cómo resuelve sus problemas inclusive.
No tiene que ver solo con la embestida contra las mujeres, va mucho más allá. Tiene que ver con la violencia en general, con la persistente ilegalidad vernácula, con la corrupción inherente al prójimo, con la “viveza criolla” y hasta con la acuciante impunidad local.
Si no se logran resolver cuestiones básicas de convivencia ciudadana, si la Justicia no logra esclarecer expedientes de meridiana relevancia, ¿qué puede esperarse respecto de esta problemática?
Para poder avanzar en pos de erradicar el femicidio, debe trabajarse profundamente sobre las enfermizas patologías de la sociedad en su conjunto.
Si ello no ocurre, nada cambiará, será otro de los tantos tópicos que quedan sin resolver y que terminan siendo barridos bajo la alfombra. Como el maltrato infantil, el trabajo en negro, la explotación y tantos otros temas.
Suena cruel y feroz, pero es puro sentido común: las cosas deben tomarse en serio, no alcanza con un simple cartelito.