El 6 de julio de 2020, los resultados de la tercera ola del gran estudio de seroprevalencia del Ministerio de Sanidad español, arrojaban una cifra que sentaba alarmante: en apenas dos meses, el 14% de los participantes del estudio que habían dado positivo en anticuerpos luego de tener coronavirus ya no los tenían.
No obstante, los científicos empezaron a encontrarse con que “la inmunidad iba mucho más allá de la existencia (o no) de los anticuerpos”.
Los últimos estudios señalan que el otro gran pilar de la inmunidad humoral, los linfocitos B, sí está resultando duradero ocho meses después.
¿Qué son los linfocitos B?
Xataca explica que el sistema inmunitario de los seres humanos es un intrincado conjunto de sistemas de defensa. Entre todos ellos, el que seguramente sea el mecanismo más importante, se conoce como ‘inmunidad humoral’. En ella sobresalen los anticuerpos: el grupo de macromoléculas específicamente diseñadas para identificar y combatir la infección. Precisamente los mismos que, como veíamos, tienden a decaer en una buena parte de la población.
Sin embargo, los linfocitos B, que son las células que fabrican anticuerpos y proteínas, necesitan ser activadas por los linfocitos T (CD4+) y por ello, en el proceso de activación frente a un patógeno nuevo, se tarda unos siete días en iniciar la respuesta inmune con este mecanismo. El sistema tiene que identificar al patógeno y prepararse para combatirlo.
Siete días, en el caso de que sea un patógeno nuevo. No obstante, el cuerpo recibe cientos de miles de patógenos cada año, por ello, el sistema inmunitario tiene mecanismos (aún relativamente desconocidos) para estimar la peligrosidad de los patógenos y para establecer cuáles requieren una presencia permanente de anticuerpos en el torrente sanguíneo y cuáles no.
Este último sería el caso del SARS-CoV-2 en muchos pacientes: por alguna razón que no comprendemos, nuestro sistema inmunitario decide que no es necesario conservar “movilizadas” las defensas contra él.
La buena noticia es que, incluso en estos casos, el sistema puede guardarse un as bajo la manga: las células B de memoria. Se trata de un subtipo de los linfocitos B que permite reconocer viejas amenazas de forma ágil y articular una respuesta inmunitaria rápidamente.
Todo está en la memoria
La duda que quedaba pendiente era si, para el SARS-CoV-2, se generaba este tipo de memoria. A finales de noviembre, algunos estudios empezaron a aportar datos sobre el comportamiento de los anticuerpos, las células T y los linfocitos B que permitían ser optimistas, pero necesitábamos pruebas experimentales más precisas para sacar conclusiones sobre la memoria inmunitaria del sistema.
Ahora un equipo de investigadores australianos logró estimar la longevidad y el inmunofenotipo de las células B de memoria específicas para las proteínas de la nucleocápside y el pico del SARS-CoV-2.
Los investigadores analizaron 36 muestras de sangre de pacientes que habían tenido síntomas entre cuatro y 242 días antes de ser obtenidas. De entrada, se detectaron anticuerpos (IgG) en todas las muestras; no obstante, los niveles empezaron a descender 20 días después de la aparición los síntomas.
En el caso de las células B de memoria, éstas fueron aumentando significativamente hasta, al menos, los 150 días, meses después de superar la enfermedad.
Esto es una gran noticia, ya que se descubrió que la inmunidad mediada por estas células es más duradera y más fuerte que la mediada por otros mecanismos. Pero, sobre todo, porque permite a los investigadores concluir que existe “una memoria inmunitaria a largo plazo después de una infección o vacunación contra el COVID-19”.