Los robots tienen ojos, manos, piernas, a veces alas como de pájaro, en ocasiones se arrastran como una serpiente. Los autómatas incluso aprenden a reflexionar y a ser creativos, tal como vimos acá. Siguiendo el adagio bíblico “a imagen y semejanza”, el ser humano se postula a sí mismo como referencia cuando calza el traje de creador. Ahora bien, ¿la bioinspiración puede ser en cierto sentido restrictiva y limitante? En otras palabras, ¿esa fuente achica el panorama para la evolución de las máquinas?
La pregunta es: ¿por qué debería un robot inspirarse solamente en las formas humanas, teniendo la posibilidad de adoptar cualquier fisonomía imaginable?
Investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts proponen abrir el espectro con un nuevo diseño que se aleja del biomimetismo y que prevé una mayor flexibilidad para los desarrollos. El ingenio emerge de CSAIL, la división del MIT especializada en computación e inteligencia artificial. Según explican los especialistas, crear robots con habilidades humanas o animales requiere un delicado equilibrio entre diseño y control, obligando al desafío de enseñar a las máquinas una eficiencia que en los seres vivos insume siglos de historia evolutiva.
El trabajo liderado por Xie Ju, investigadora del MIT y autora principal del estudio, no es un robot tangible sino un programa que optimiza la forma de un manipulador robótico para que se adapte a diversas tareas.