Son poco más de doscientas mil personas en todo el mundo, pero no hay colectivo, grupo o comunidad que simbolice mejor el rechazo a la tecnología y a la vida moderna que los amish con sus barbas, sus carros y esa ropa pasada de moda desde hace, por lo menos, ciento cincuenta años.
O, al menos, esa es la imagen que tenemos de ellos. Pero, a decir verdad, los amish tienen una fama algo injustificada de luditas. A poco que investigamos nos damos que cuenta de que, bajo esa apariencia del siglo XIX, podemos encontrar una forma interesantísima de acercarnos a la tecnología y un puñado de hackers empeñados en subirse al carro del progreso a su manera.
¿Qué son los amish?
Los amish son un grupo etnorreligioso propio de América del Norte. Es decir, son un conjunto de comunidades anabaptistas descendientes de inmigrantes alemanes y suizos que llegaron a América a finales del siglo XVII y principios del XVIII. Son conocidos por su sencillo estilo de vida y su rechazo a adoptar las comodidades y las tecnologías modernas.
No son un bloque monolítico, ni mucho menos. Las prácticas y las normas son distintas dependiendo de la comunidad que miremos. Y hay comunidades amish en Canadá, México y en varios estados de EEUU como Ohio, Pensilvania e Indiana. Pero, aun así, la unidad cultural de las comunidades amish es muy fuerte.
Y sí, es cierto que las aldeas y ciudades amish tienen un aspecto llamativamente anacrónico, pero hemos de reconocer que la idea de presentar a los amish como anticuados luditas no deja de ser un mito urbano. Un mito urbano que, como todos, se basa una verdad a medias. Frente a nuestra predisposición de aceptar las novedades tecnológicas con entusiasmo, el viejo orden amish suele decir ‘no’. Y aún y con todo, hay pocas cosas más tecnológicas que una comunidad de alemanes de Pensilvania.
La relación de los amish con la tecnología
Para hacernos una idea de lo complejo de la relación amish con la tecnología, podemos fijarnos en los coches. Normalmente no se usan automóviles en las comunidades, sino unos pequeños carros tirados por caballos: los famosos buggies que salen en las películas. Estos carros no tienen nada que ver con el carro que usaba mi tío abuelo: están a la última.
Pero la prohibición de motores de combustión no está clara. En muchas comunidades se permiten en trabajos agrícolas si los tractores no tienen llantas de acero y no pueden conducirse en carretera (“como si fueran coches”); otras permiten usar motores en las trilladoras siempre y cuando éstas no sean autopropulsadas; las hay incluso que, directamente, permiten coches, pero solo si la carrocería es color negro.