“Lo lógico hubiera sido prohibirlos”. Corría 1992 y Carlos Menem no se andaba con rodeos. Un torbellino grotesco de rumores y presagios de anarquía envolvía la primera visita al país de los Guns N’ Roses. Axl Rose y su crew todavía no habían puesto un pie en Argentina, y el poder político, la Iglesia y los medios de comunicación ya pedían sus cabezas. Un medallero soñado para cualquier estrella de rock.
A más de 300 kilómetros de Buenos Aires, en su Tandil natal, Guadalupe Pasty observaba con fascinación la revolución generada por los muchachos californianos. Con apenas 12 años de edad, sus padres le habían regalado a ella y a su hermano una videocasetera para que graben alguno de los shows en River que la televisión iba a transmitir. Guadalupe aún no lo sabía, pero ese hecho, de carácter revelador, fue la piedra angular de un sueño que se concretó casi tres décadas después: lograr que los Guns N’ Roses toquen con un bajo suyo.
“Yo venía pensando el proyecto. Un día me levanté y se me ocurrió. Soy un peligro cuando me aburro; soy una persona que tiene que estar haciendo cosas constantemente. No de manera atropellada, pero no puedo estar quieta. Entonces dije ¿por qué no?”, explica Pasty. Recién llegada de su aventura por EEUU, y mientras cumple la cuarentena obligatoria para los viajeros, la luthier cuenta a Ámbito los detalles de una historia con un final de película.
De los cinco músicos que formaban parte de GNR, Guada se fascinó especialmente por su bajista, Duff McKagan, el hombre de las remeras punk y la actitud desafiante. Su influencia fue clave para que la joven se volcara al estudio del bajo. Sin embargo, los precios le impedían comprar un instrumento de primera línea. Lejos de resignarse, Pasty redobló la apuesta y empezó a formarse en lutería. Si la montaña no va a Mahoma…
“Cuando empecé, la gente no creía que yo hiciera mis propios instrumentos. Siempre me preguntaba quiénes los hacían. A veces me escribían pensando que yo era un chabón”, relata. Ella no mentía. “Los hice yo”, contestaba lacónica, pero la desconfianza a una mujer que ocupaba un lugar en teoría predeterminado para los hombres estaba latente. “Por ahí escuchaban a mi bajo en vivo y me preguntaban quién lo hizo. ‘Mirá, tengo un amigo que es luthier, escribile’, empecé a decir, porque en un momento me cansé. Ahí dije ‘bueno, le pongo de marca ‘Guada’. Es mi nombre, listo. Para que no queden dudas”.
Al calor de su crecimiento profesional, en 2019 tuvo una idea: regalarle un bajo de factura propia a su héroe. El plan tenía la cuota necesaria de delirio y osadía que conllevan las grandes cruzadas. Para cumplirlo, creó una cuenta de Instagram llamada “Making a bass for Duff McKagan” (“Haciendo un bajo para Duff McKagan”), en la que detalló, paso a paso y en tiempo real, el proceso de construcción. “¿Qué es lo peor que puede pasar? Quedarme con un bajo más siendo bajista. Había algo adentro mío que sabía que lo iba a lograr. Sabía que iba a ser dificilísimo, y no me imaginaba que iba a haber una pandemia de por medio: más difícil aún. Ahí arranqué. Dije ‘ya fue, arranco y después veo'”, comenta.
Ver esta publicación en Instagram
Con el proyecto en marcha, los posteos en la cuenta fueron acumulándose. Guadalupe se ocupaba, sin falta, de etiquetar a McKagan en cada foto, video y story, esperando ese mensaje que cerrara el círculo. Fueron meses de trabajo artesanal y dedicación. Un día, a mediados del 2020, el teléfono sonó: era Susan Holmes, la esposa del músico. “Ella vio una historia que subí, una foto del traste 12, cuando hice la calavera, y le llamó la atención. Ahí la republicó y Duff ya sabía que le estaba haciendo un bajo”.
El mensaje había llegado a destino y la construcción avanzaba a toda máquina. El 25 de abril del 2021, tras más de un año de producción, finalmente presentó a su criatura, no sin antes plantar un árbol para retribuirle a la Tierra los materiales empleados. “Usé lo que él usa, pero no hice un bajo exactamente igual a los suyos, porque, si no, no tendría sentido. Le di mi toque personal, al margen de que el bajo está hecho 100% a mano y no iba a poder hacer una réplica nunca. Le modifiqué un par de detalles que hacen que tenga una mínima diferencia en el audio. Era lo que yo quería lograr”, dice.
Ver esta publicación en Instagram
Como si fuera poco, meses más tarde los Guns anunciaron que volvían a la ruta para su gira “Not in this lifetime tour”, reprogramada por la pandemia. Las piezas iban encajando. La bajista explica: “Cuando vi que reactivaron la gira y que tocaban en Los Ángeles, me dije ‘tengo que hacer algo para llegar’. Mi idea era que le llegue el bajo, que llegue a Los Ángeles y que esté ahí. Ese era mi objetivo. Yo cumpliendo la meta de viajar, visitar esa ciudad, y poder dejarle el bajo en un lugar seguro. Eso, para mí, ya era misión cumplida”.
A mediados de agosto, Guada viajó EEUU para ver el show de la banda y se contactó con la esposa de McKagan. No todo fue color de rosas: el coronavirus metió la cola. Un contagio en el staff del grupo soporte obligó a aislar a todos los músicos y equipos. “Ella me pidió mil disculpas, no sabía cómo disculparse. Me dio una dirección y me dijo que me quede tranquila, que iba a estar seguro y que iba a llegar a buenas manos. Salí de donde estaba parando, hice subte, colectivo y colectivo, fui adonde me dijo y le avisé. Solo le pedí que, por favor, me avisaran cuando lo tuvieran ellos…”
Duff y Susan no avisaron. En vez de eso, ella filmó al músico recibiendo el regalo, abriéndolo y leyendo la carta que la luthier puso en la funda, en la que cuenta su historia y lo determinante que fue el artista en su vida. “This is amazing”, dice el artista mientras señala el presente. Guada compartió el video y sus redes explotaron. Misión cumplida y con creces. Después de un año y medio, Duff McKagan tenía el bajo que Guada le armó con amor y dedicación. La patria Gunner festejaba. Pero todavía faltaba algo.
Ver esta publicación en Instagram
La noche siguiente, Guadalupe asistió al show que la banda ofreció en el Banc of California Stadium. Grande fue su sorpresa cuando sonaron los primeros acordes de It’s so easy y McKagan saltó a escena empuñando el bajo que ella le había regalado: “Estoy como dentro de una película. No me esperaba que lo usara en vivo y mucho menos dejárselo a 24 horas del show. Sobrepasó cualquier expectativa que yo podría llegar a tener. Un instrumento que es ajeno a lo que él usa, a 24 horas del show, y lo estrena en un estadio lleno. Eso habla de su persona”.
Ver esta publicación en Instagram
Antes de volver, Pasty tuvo tiempo de ver a la banda una vez más, en Las Vegas. Ahora, disfruta y reflexiona sobre su aventura: “Me llegaron mensajes que me emocionaron mucho. Por ejemplo, que un padre me diga que iba a usar mi historia de herramienta para mostrarles a sus hijos que se pueden hacer las cosas bien, que se puede salir adelante y que se puede cumplir un sueño es fuertísimo. O gente que me escribía que estaba depresiva y que esto le daba pilas para salir adelante. Es un montón eso. A mí me conmovió hasta más que la historia del bajo”.
A sus 41 años, Guada ya no es aquella joven que vio hasta el hartazgo el VHS de los Roses en Buenos Aires, pero el espíritu y la devoción están intactos, solo que ahora los vuelca en su taller, dentro de un marco profesional. “Es muy fuerte cuando realizás una acción y de repente generás un montón de acciones positivas en gente que no conocés. Es fuertísimo”, sintetiza. Su premisa siempre fue clara: Use your illusion.
*Nota de Joaquín Rodríguez Freire, en diario Ámbito