
En una soleada Plaza de San Pedro, el papa León XIV presidió este Domingo de Pentecostés la Santa Misa ante miles de fieles de diversas nacionalidades. Durante su homilía, el Sumo Pontífice exhortó a los presentes a poner en práctica “el mandamiento del amor” y a abrirse a la acción transformadora del Espíritu Santo, centrando su mensaje en la superación de muros, divisiones, egoísmos y prejuicios.
Inspirado por el relato de los Hechos de los Apóstoles, el Papa recordó que, al igual que en el Cenáculo, hoy también “desciende sobre nosotros el don del Espíritu Santo como un viento impetuoso que sacude”. Subrayó que esta sacudida nos impulsa a abrir fronteras, en línea con lo expresado por Benedicto XVI en 2005: “El Espíritu Santo supera la ruptura iniciada en Babel y abre las fronteras. […] La Iglesia debe llegar a ser siempre nuevamente lo que ya es: debe abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas”.
León XIV trazó una ruta clara para una Iglesia sin muros ni despreciados, buscando una Iglesia de hermanos y hermanas libres en Cristo. Para ello, destacó tres dimensiones esenciales de la acción del Espíritu Santo: su capacidad de abrir fronteras en nuestro interior, en nuestras relaciones y entre los pueblos.