Cristina Kirchner se victimiza, se defiende como puede… y derrapa. Asegura que una suerte de conspiración interplanetaria se ha vuelto contra ella, por sus medidas en favor de los más pobres. De esa manera intenta explicar el derrotero judicial que la tiene a mal traer. Inventando términos insólitos como lawfare.
Es un argumento trillado, casi vetusto y anacrónico, que cae por propio peso en el preciso momento en el que exfuncionarios que la frecuentaron aportaron detalles acerca de cómo robó en su paso por la función pública.
¿Cómo se entendería sino que tipos como José López, Claudio Uberti, Roberto Baratta, y tantos otros admitan inculparse -e inculparla- si no hubiera algún viso de realidad en el expediente del “cuaderno de la coimas”?
¿Por qué reputados empresarios dirían lo que dijeron, que los condenó al ostracismo para siempre, si no fuera real lo que anotó el chofer Centeno en sus cuadernos? Nada tendría sentido si la trama no fuera real.
Más aún: sus propios “compañeros” partidarios, que supieron acompañarla desde el peronismo, la han “mandado al frente”. Ninguna conspiración.
La verdad es mucho más sencilla y lógica: Cristina acopió para sí misma millonarios fondos públicos. En otras palabras: “Choreó”.
No es casual que, al ser consultada en 2012 por su descomunal patrimonio -en plena Universidad de Harvard-, apenas haya atinado a mencionar que había amasado esos fondos como “abogada exitosa”.
Es, como mínimo, curioso: no existe un solo expediente en el que se haya desempeñado como tal, ni ninguna persona que refiera haber sido defendida por ella. No obstante, su patrimonio creció 3.540% en solo ocho años, a razón de 26 mil pesos por día.
¿Hace falta algún otro elemento para terminar de entender la magnitud del latrocinio cometido por Cristina? Pareciera que no.
Baste mencionar que ella misma parece poco afecta a defenderse. En lugar de decir que es “inocente” -frase que jamás ha pronunciado hasta ahora- decidió subir la apuesta.
En 2018 llegó a decir que no se arrepentía de nada de lo que hizo -¿Nada de nada, en serio tal soberbia?- ; y advirtió que la cartelización de la obra pública no empezó en 2003, sino mucho antes. ¿No fue una admisión tácita de la corrupción en su propio gobierno?
No hay mucho más para decir, apenas recordar, si cabe, aquella frase del escritor francés Georges Bernanos: “El primer signo de la corrupción en una sociedad que todavía está viva es ‘el fin justifica los medios’.“