La llegada de Carlos Menem al poder ofició en la historia argentina como una suerte de bisagra, un “antes” y un “después” en la política.
El arribo del menemismo al Ejecutivo nacional cambió todo, para siempre. Desde la concepción misma de la política hasta la forma de ejercerla. Incluso la manera de financiarse para lograr objetivos partidarios.
Menem destrozó sus propios escrúpulos para lograr su objetivo, pulverizando sus propias promesas de campaña, desde el “salariazo” hasta la “revolución productiva”.
No es que no cumpliera con lo que había jurado que haría, lo cual hacen todos los políticos, sino que directamente hizo lo contrario a lo que había augurado.
“Si decía lo que iba a hacer no me hubieran votado”, se excusó luego. Pero la mentira no tiene justificación. La mentira es mentira y listo. Y Menem mintió.
No obstante, la sociedad pareció perdonarle todo, porque la economía empezó a normalizarse y la inflación se congeló. La corrupción, el crimen organizado y todo lo demás fue pasando a un segundo plano entonces.
Pero no son datos menores, sino todo lo contrario. Porque es lo que quedó en la Argentina. El legado de lo que construyó Menem.
El ingreso del narcotráfico y el lavado de dinero. La mafia siria. Los atentados en Buenos Aires. La muerte de su propio hijo. Ya nada fue igual, como se dijo. Y no hay vuelta atrás.
Porque no se negocia con la mafia y luego “se rescinde el contrato”, así como así.
La mafia “cobra al contado” sus favores, y Menem lo sabe por la muerte de su vástago, ocurrido el 15 de marzo de 1995.
La trama es bien sencilla: luego de ganar la interna contra Antonio Cafiero, en 1988, Menem viajó a la tierra de sus ancestros, Siria.
Prometió “el oro y el moro” a cambio de que le financiaran la campaña. Y le dieron cerca de 8 millones de dólares a cambio.
El problema es que esas promesas incluían el lavado de dinero del narcotráfico y el “obsequio” de un reactor nuclear.
El incumplimiento de todo ello provocó los tres atentados en Argentina: embajada de Israel, en 1992; AMIA, en 1994; y la muerte de su hijo, en 1995. Fueron un lunes, martes y miércoles.
Por eso, aquellos que supieron conformarse con que la economía funcionara medianamente bien en los 90, cometieron un grave error. Porque el precio fue muy caro.
Lo sabemos porque hoy en día lo estamos pagando todos los ciudadanos argentinos, con gruesos intereses.
Menem, entretanto, ya zafó. Murió esta mañana.