En julio de 1986, un título catástrofe en la portada de The Sun anticipaba: “Al drogón de George le quedan ocho semanas de vida”. Con solo 25 años, no hacía falta decir más que su nombre para saber que la tapa del tabloide hablaba de “Boy” George O’Dowd, incluso aunque poco quedara en la foto principal de aquel chico de maquillaje teatral y pelo de colores peinado con moños que se había transformado en ícono de la androginia pop de los ochentas.
El diario británico había accedido en exclusiva a testimonios de amigos y familiares del líder de Culture Club que aseguraban que su adicción a la heroína había llegado a un punto de no retorno. Su agente de prensa, Susan Blond, decía que se había dado cuenta de que el final estaba cerca mientras trataba de prepararlo para un show en un programa de televisión en vivo en los Estados Unidos: “No lograba que el maquillaje se le fijara en la cara por la cantidad de drogas que tomaba”. Uno de los entrevistados era su propio hermano, David O’Dowd; Boy George lo acusaría de “venderlo”, pero para él, el dilema era otro: no podía seguirlo viendo destruirse hasta morir para ser una leyenda. Pensó que el acoso mediático lo obligaría a parar.
Pero no fue suficiente. En agosto, uno de sus mejores amigos, murió de sobredosis en su casa. Flaco, quebradizo, rapado y de anteojos negros como pantalla permanente sobre sus antes vivaces ojos verdes, se había convertido en blanco permanente de la prensa amarilla, que afirmaba que gastaba más de US$1.000 diarios en heroína. Para diciembre, justo él que había nacido como una estrella inofensiva, que en sus comienzos ni siquiera fumaba y se hizo famoso por decir que prefería “una taza de té al sexo”, justo ese chico bueno de la música, fue detenido por posesión de drogas. Había tocado fondo por primera vez.
A casi 35 años de aquella tapa que presagiaba su muerte, George tuvo que resucitar muchas veces, pero sigue teniendo la creatividad del niño intacta. Sobrio desde hace más de una década, en los últimos meses trabajó sin descanso para presentar 60 canciones por sus 60 años, que festeja hoy. “Al diablo con las reglas, ya nadie me dice lo que hay que hacer: me volví un kamikaze –dijo en mayo durante los Brit Awards–. Finalmente entendí por qué hago lo que hago y no necesito más consejos. Voy a cumplir 60, ¡60 y desafiante!”.
Cuando mira al chico obsesionado con David Bowie que conquistó los charts a principios de los ochenta, no tiene dudas: su versión actual es mucho mejor. “Ni sé quién era esa persona. Me veo a mi mismo en esa época y pienso: ‘Me encanta como te ves, ¿pero de qué vas?’”.
Hijo del medio de un albañil descendiente de irlandeses y una dublinesa que escapó de Irlanda para empezar una nueva vida lejos del estigma de ser una madre soltera, George Alan O’Dowd siempre describió su vida familiar como “triste canción irlandesa”. En su libro de memorias, Cry salty tears (2007), Dinah O’Dowd cuenta que su marido la golpeaba incluso cuando estaba embarazada de George. Aunque el clásico Do you really want to hurt me? con el que Culture Club logró su primer hit estaba dedicado al baterista de la banda, Jon Moss, con el que George tuvo una larga relación secreta, la frase no era otra que la que había escuchado repetir a su durante toda su vida a su madre.
El Boy George adolescente encontró un escape a la violencia sin fin de su casa del sudeste londinense en un interés casi religioso por todo lo que pasaba en la escena cultural de los setenta, su verdadera década favorita: música, diseño, moda. En Bowie y Marc Bolan encontró a los artistas totales. “Representaban la bohemia que -a esa edad- solo podía imaginar para mí. Amaba su música. No creo que se pueda separar al artista de lo que usa o de lo que canta, es un paquete completo. Es algo orgánico y personal”, le dijo a la revista Clash en 2013.
George empezó a experimentar con su estilo a los 14 años, y el proceso nunca más se detuvo. También a esa edad salió del clóset con su madre: “Ya sabés que soy distinto a los demás, ¿no mamá? -recuerda en su libro Dinah O’Dowd sobre lo que le dijo su hijo-. A mí me gustan los varones”. A los 16, se paseaba por las calles de Londres vestido de monja con su amigo Marilyn, que iba montado como la diva. “Siempre estábamos corriendo, escapando de los grupos que nos perseguían para pegarnos -contó entre risas en una entrevista con The Guardian-. Y es que yo nunca me sentí en casa en ninguna parte, siempre fui un outsider. Hasta en los espacios de los que se suponía que era parte: la cultura gay, la música pop…‘”.
Pero ese halo diferente fue lo que llamó la atención del manager de los Sex Pistols, que lo convocó para que cantara con la banda Bow Wow Wow cuando George, que se había hecho squatter, ya había ganado cierta popularidad por su look entre los habitués del nightclub Blitz. La química con ese grupo new wave no funcionó, pero pronto iba a conocer al bajista Mikey Craig. En la primera prueba con Moss, el baterista, no solo hubo química, sino que el artista se enamoró “locamente”, según cuenta en el documental Living with Boy George (2008). En 1981, cuando se sumó Roy Hay en guitarra, la banda que abriría el camino a una nueva era de diversidad étnica y de género estaba completa. A esa composición heterogénea hacía referencia su nombre: Culture Club.
Hasta que el amor entre George y Moss se terminó y el líder del grupo cayó en la espiral de autodestrucción que se llevaría puesta también a su banda, en 1886, vendieron millones de discos, llenaron estadios en todo el mundo, y en el pico de su éxito, llegaron a ganar el Grammy como Mejores Nuevos Artistas, en 1984. Claro que, para entrar en el mercado americano, como narra Darryl Bullock en su ensayo David Bowie Made me Gay, la fluidez era aceptable, pero ser “demasiado gay” era inconcebible. Por eso, cuando la presentadora Joan Rivers le preguntó en un reportaje durante su programa en 1983: “¿Preferís varones o mujeres?”, George respondió: “Las dos cosas”. Y cuando, en 1984, la Rolling Stone le preguntó por su orientación sexual, le dijo que era bisexual, que su ultima relacion importante había sido con una mujer, y que quería tener un hijo algún día. Y lo mismo hizo en 1985 ante Barbara Walters, a quien le aseguró que había tenido varias novias y novios. Los medios se obsesionaban con su sexualidad, y mientras algunos se empeñaban en mostrarlo simplemente como excéntrico o asexuado, que era todo lo que el puritanismo de la época se podía permitir, otros directamente lo señalaban como un mal modelo.
George, que recién se declaró abiertamente gay en su biografía Take it like a man, en 1995, sí se atrevía a responder a los que lo señalaban en los ochenta: “La ilusión de que promuevo la homosexualidad es una basura: el sexo es algo que cada uno encuentra por su cuenta y uno no puede obligar a nadie a ser homosexual”. Pero Moss, que finalmente se casó con una mujer y formando una familia, tenía más conflictos con que su relación se hiciera pública. Así que, cuentan los otros miembros de la banda en el documental Smash, sobre su vertiginoso ascenso y caída: Cada vez que discutían, George lo amenazaba con anunciarle a la prensa que estaban juntos, y eso en esos años era un tema”. De cualquier manera, coinciden, lo que terminó por separar a Culture Club fue su mayor éxito: Karma Camaleon.
El tema de 1983 al que algunos definen como “el santo grial del pop”, que fue el mayor éxito de la banda, según ellos, también los arruinó. “Nos hizo ricos, nos mandó de gira permanente a los mejores lugares del mundo, con acceso ilimitado a lo que queríamos. De repente tenía todo lo que siempre había soñado, pero había perdido el control de mi vida”, cuenta Boy George en Smash.
Antes de morir, Lady Di, una de las más célebres admiradoras del artista, se encontró con su ídolo y, según reveló George a The Express, le dijo: “¿Sabés una cosa? Vos sos como yo: sos un sobreviviente”. Igual que él, reflexionó en esa oportunidad, ella había crecido frente a la opinión pública, “y cuando sos tan joven y hacés todo en frente de la gente, cometés errores y todo está a la vista para que seas juzgado, tus tribulaciones y tus miserias”.
Obligado a rehabilitarse, volvió a tener éxito como solista en 1992, con The Crying Game, el soundtrack de la película del mismo nombre. También se destacó como DJ y con su banda Jesus Loves You, inspirado en su misticismo de raíces Hare Krishna. Pero la década de la cocaína también le pasó factura. Y en 2005 -el mismo año en que escribió su segundo libro de memorias, Straight– fue arrestado en Nueva York por tenencia de drogas. Aunque originalmente negó que fueran suyas, finalmente se declaró culpable de falso testimonio y fue condenado a cinco días de trabajo comunitario en febrero de 2006. De regreso a Londres, en 2009, cumplió cuatro meses en la cárcel por retener contra su voluntad a un taxiboy al que esposó y golpeó con unas cadenas. Alguna vez habló de la herencia violenta de su padre en relación a ese turbio incidente, que parece menor frente al hecho de que su hermano menor Gerald fue condenado por el femicidio de su mujer durante un supuesto brote esquizofrénico.
Como sea, desde entonces George, como el adolescente puro de los comienzos, ya no consume drogas ni alcohol. Practica el budismo, tiene una marca de moda que se llama B-Rude, aunque asegura que lo que le interesa es la creación y no las etiquetas, y también un emprendimiento de comida raw y vegana, de la que se volvió un promotor. “Tener la cabeza limpia es como volver a enamorarse”, dice en el documental sobre su vida, que también fue un exitoso musical en el West End londinense.
El breve reencuentro de Culture Club en 1998 para el tour Rewind, fue un suceso que repitieron una década más tarde con el lanzamiento de Life, su primer álbum en 19 años. “Solo quiero que volvamos si vamos a hacer nuevos discos. No me interesa la nostalgia. La nostalgia es como un purgatorio en el que volvés a hacer las mismas cosas una y otra vez”, le dijo a The Guardian.
Coach de las ediciones de The Voice en Inglaterra y en Australia desde 2016, parece mentira que aquel chico distinto al que todos perseguían para pegarle ahora esté todo el tiempo al borde de la cancelación. “No digo que aquello estuviera bien, pero ahora la gente está siempre lista para ofenderse por tooodo -dijo en una entrevista reciente-. No puedo hablar ni siquiera sobre mí porque me corrigen. ¡Estoy hablando de mí, puedo decir lo que quiero!”. Cuando el año pasado tuiteó: “Dejá tus pronombres en la puerta”, y los consideró “una forma moderna de búsqueda de atención”, su comentario provocó la indignación de gran parte de la comunidad LGBTQ+. Lo tildaron, justo a él, uno de los primeros emblemas internacionales del no binarismo, de homofóbico. “Hay como un miedo ridículo a opinar. Lo llamo: ‘ser muteado por las redes’”, dice.
De cualquier manera, mientras celebra sus 60 años sobrio y creativo, ya nada parece preocuparle demasiado. Ni siquiera que le sigan preguntando siempre cómo logró sobrevivir a la heroína, la cocaína, la violencia y la cárcel: “¡Pasen a otra cosa! Fue hace mucho y, honestamente, ya no pienso mucho en eso. Porque fue un período desagradable. Y lo que aprendí fue a callarme. Yo no tenía filtro. Aprendí a protegerme para saber cuándo hablar y cuándo no”.
Fuente: Infobae