Los medios de comunicación se han digitalizado, ya el papel pasó a ser algo obsoleto —a pesar de lo cual, aún está lejos de morir— y los portales en la web, junto con las redes sociales, han tomado la iniciativa a la hora de informar.
Es parte del mundo que muchos temían, que se sabía que iría copando la vida de los ciudadanos de todo el mundo, con una lógica que aún nadie termina de comprender del todo, especialmente a nivel comercial.
Queda un largo camino aún por recorrer pero ya mismo puede esbozarse qué es lo que funcionará y qué fracasará en este “nuevo” mundo virtual del periodismo.
Hoy, Internet se ha convertido en un océano de contenidos donde la información sobreabunda y los portales digitales —cientos de ellos nacen cada día— se muestran calcados entre sí.
En ese contexto, es pueril creer que el lector irá saltando de diario en diario buscando saber cuál es el mejor a la hora de informarse. Esa lógica es totalmente equivocada en tiempos donde el interés de la ciudadanía circula por otros carriles.
La apuesta hoy pasa por otros sitiales clave, dos para ser más preciso: por un lado, hay que trabajar mucho a través de las redes sociales, especialmente para llegar a los más jóvenes —dicho sea de paso, ¿alguien está pensando en los adolescentes de hoy, desinteresados en informarse, y que en unos años serán los nuevos adultos?—; por el otro, enfocarse en lo que pasa en la periferia geográfica más inmediata.
Por caso, poco y nada le importa hoy al lector lo que ocurre en la lejana Europa o Asia, a menos que se trate de algo impactante, que pueda influir en su trajinar cotidiano.
Lo que busca quien consume información es saber qué sucede a 10, 20 o 50 cuadras de donde vive o trabaja. La realidad que puede palpar con solo extender su mano.
En ese marco, los medios que sobrevivirán a futuro serán aquellos que entiendan esta lógica. O que se enfoquen en dar información de mayor profundidad, investigación y análisis.
Para entenderlo, hay que concentrarse en un ejemplo interesante de un nuevo medio que se encamina en ese sentido. Tiene un modelo de trabajo diferente, que coincide con la tendencia que parece imponerse de a poco: está manejado y dirigido por jóvenes periodistas.
No es un tópico menor: lo que viene no tiene que ver solo con que los hombres de prensa tienen corta edad —que entienden la lógica del nuevo lenguaje 2.0—, sino que además conocen los intrincados vericuetos de mundo de la comunicación.
Uno de los graves problemas que enfrentan los medios, es ese: son dirigidos por empresarios, no por periodistas. Personas que, además de sobrevenir de la vieja escuela de la prensa de papel, subestiman el enorme poder de las redes sociales.
Como se dijo, quien quiera sobrevivir al universo que viene en el mundo de los medios —que ya se ha instalado, en realidad— debe aferrarse a los conceptos aquí vertidos, con profusa síntesis ciertamente.
No significa esto que necesidad de información coyuntural haya perecido, solo que será monopolizada por los grandes medios.
Allí es donde recurren hoy y seguirán recurriendo los lectores, no hay manera de competir con ello. Solo resta escapar de la agenda que esa prensa intenta imponer.
Mientras tanto, hay que prestar atención al gran maestro Miguel Ángel Bastenier, quien supo gritar con más elocuencia que persistencia: “Si hay alguna defensa para esta catástrofe que está sufriendo la prensa, es tener agenda propia e investigación. Hacemos un periodismo en el que comunicamos todos lo mismo”.
Más claro… echarle agua.