Los seres humanos buscamos en el pasado respuestas a problemas actuales, de hecho esta es una de las premisas que impulsa a los historiadores a seguir investigando temas sumamente estudiados por otras generaciones.
Claro está que muchas veces encuentran respuestas contradictorias con sus premisas ideológicas y desconociendo cualquier vestigio ético son comunes los recortes históricos. Así, los mismos que erróneamente llaman genocida a Roca por su famosa Conquista del Desierto, nada dicen de la masacre perpetuada por órdenes de Perón al pueblo Pilagá en 1947.
En fin, volviendo al interés que despierta el pasado desde una mirada actual, este año tomaron impulso los relatos sobre pestes, pandemias y vacunas pretéritas. Observado dichos momentos podemos llegar a varias conclusiones, comenzando por la más evidente: las soluciones tardaron en llegar y siempre murió mucha gente.
De hecho, las enfermedades actuaron siempre como grandes motores de cambio, obligando a la humanidad a realizar diversos cambios o adaptaciones para sobrevivir. La famosa premisa de “nueva normalidad” no tiene nada novedoso, se repitió siempre, sucede que nacimos cuando muchas de ellas ya estaban naturalizadas.
Por ejemplo la existencia de agua corriente y potable, fue parte de los cambios en las ciudades que debieron hacer a nivel mundial para combatir al cólera. La obligación por parte de las municipalidades de recoger los residuos, va también de la mano. La inmundicia citadina era tal que fue necesario volver más salubres a las ciudades para combatir epidemias.
Es interesante saber que la negligencia y la falta de organización en cuanto a “vacunas” tampoco son nuevas. Tal es el caso de la vacuna de la viruela, existía en nuestro país hacía décadas, pero no se utilizaba de manera masiva aunque en otros sí.
Creada en 1796 por el británico Edgard Jenner llegó a nuestro territorio en 1803, gracias al viaje de un médico español que convenció al Rey de llevarla a todo el territorio que le pertenecía. Dicho viaje es épico dentro de la historia de la medicina y hoy sería muy controversial: se utilizó a 21 niños huérfanos a los que se iba colocando la vacuna para generaran más suero.
La primera vez que se aplicó en nuestro país fue por iniciativa de Cosme Argerich y sólo se presentaron 12 personas, mientras tanto Napoleón inmunizaba a sus soldados y a la mayoría de los niños franceses. A lo largo de todo ese siglo se utilizó en Argentina, pero fue recién a partir de la segunda presidencia de Julio Argentino Roca, entre 1898 y 1904, cuando las campañas de vacunación formaron parte de la agenda política.
Para entonces algunas sociedades de inmigrantes ya la aplicaban a sus miembros, tal es el caso de los alemanes e ingleses. En cuanto a Mendoza, para 1885 ya funcionaba un vacunatorio en la Municipalidad de la Ciudad, gracias a un intendente de lujo: Carlos Lagomaggiore.
Sin duda, es fundamental tener en cuenta la constante inestabilidad política en la Argentina del siglo XIX. Aunque si Bonaparte pudo vacunar a gran parte de Francia enfrentando a cinco países de manera simultánea, todo parece indicar que las prioridades en nuestro país nunca fueron las correctas.
Otra de las búsquedas en el pasado pestilente se centró en el cierre o no de fronteras. Al respecto la primera decisión cayó en manos unitarias:
El 3 de Mayo de 1824 –señala la historiadora Adriana Álvarez- Bernardo Rivadavia por medio de un decreto de 13 artículos reglamentó la policía sanitaria marítima. Se establecía que un bergantín de guerra sería el encargado de la vigilancia sanitaria del puerto. El comandante del estacionario pasaba vista de los papeles del buque llegado y era el único juez que debía o no darle entrada. Revisados los papeles y estando a su juicio libre de las enfermedades infecciosas otorgaba el permiso de entrada”.
La situación se mantuvo hasta los años sesenta de dicha centuria, cuando el cólera forzó una intervención más activa por parte de la presidencia. Así fue que Domingo Faustino Sarmiento, ante la llegada inminente de la fiebre amarilla, se negó a cerrar el puerto priorizando la economía.
El resultado fue catastrófico, un 8% de la población de Capital Federal murió en cuatro meses. Pero sabemos que encerrarnos y bloquear pasos durante más de siete meses tampoco garantiza buenos resultados.
Como vemos, la historia tiene cierto espíritu cíclico que no deja de atraparnos, sin embargo no todo se repite: hasta el momento no encontramos ninguna actuación tan patética y vergonzosa como la del actual ministerio de Salud de la Nación Argentina, encabezado por un funcionario que deja mucho que desear.