Cada vez que logra “una de cal”, Alberto Fernández recibe también “una de arena”. Sin solución de continuidad.
El presidente recibe la invitación de López Obrador y cuando está por llegar a México estalla el escándalo del vacunatorio VIP.
Luego consigue reunirse con Jair Mesías Bolsonaro y, cuando está saboreando las mieles de tal triunfo, Cristina Kirchner le roba la agenda con su diatriba contra los jueces y los medios, en el contexto de la audiencia por la causa “dólar futuro” en la Cámara de Casación.
Finalmente, cuando consigue dar inicio formal al Consejo Económico y Social, estalla la represión en Formosa. Podría decirse que el jefe de Estado es un hombre de mala suerte.
Incluso en su visita a Mendoza, donde, en su breve contacto con la prensa, fue increpado por lo que ocurre en el feudo de Gildo Insfrán.
Su fastidio quedó de manifiesto cuando le preguntaron si la culpa de lo que allí ocurría era de la prensa. En obvia ironía por los desacertados dichos del secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla. Fernández se dio media vuelta y se fue, molesto.
Dicho sea de paso, la visita del presidente a Mendoza dejó sabor a nada. En el contexto del célebre Desayuno de la Coviar —el evento más importante en lo que a vitivinicultura refiere—, brindó un discurso que por momentos carecía de lógica. Con un intento de trazar una analogía entre las provincias y la conformación de una banda sinfónica. Nadie entendió qué quiso decir.
Tampoco dejó anuncios de relevancia, como se esperaba. Y encima debió tolerar que el gobernador Rodolfo Suarez le echara en cara el desigual trato que le endilga a la provincia en lo que a fondos refiere. Incluso lo aleccionó respecto de la grieta y la necesidad de trabajar en conjunto.
Como sea, la mejor síntesis de las palabras de Alberto Fernández la dejó Alfredo Cornejo: “El presidente dio un discurso vacío de contenido y cayó en lugares comunes”.
Digresiones aparte, el exgobernador de Mendoza aprovechó para “regalar” una nueva postal de lo que será la estrategia de construcción de su propio poder político.
En el marco de la fiesta de la Vendimia, recibió a Cristian Ritondo, Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, los referentes que más saben acerca de hacer equilibrio entre Juntos por el Cambio y el peronismo.
Los cuatro, a coro, anticiparon cuál será el camino a transitar camino a 2023: hablaron de “la importancia de ser generosos en el armado, en la convocatoria y en la ampliación” que hay que “ir a buscar para tener mayor representatividad tanto en las legislativas de este año como a nivel nacional de cara al 2023”. Más claro, echarle vino. Por lo mendocino, claro.
Las preocupaciones de Alberto
Poco le importan al presidente las palabras de Cornejo u otros referentes de la oposición. Su preocupación se centra ahora mismo en lo que ocurre en Formosa, que podría complicar su gestión en pleno año electoral.
La represión que se vivió en aquella provincia fue repudiada incluso por referentes del peronismo/kirchnerismo, dato que impactará, en mayor o menor medida, en las preferencias electorales de las legislativas de este año.
En tal contexto, el Gobierno de Fernández tuvo una reacción tardía y errática. Condenó la “violencia institucional” en Formosa, pero jamás mencionó la responsabilidad que le cabe a Insfrán como mandatario de esa provincia. La nada misma.
En las redes sociales, muchos le recordaron al jefe de Estado que, por mucho menos, tuiteó en contra de presuntas “represiones” en la Ciudad de Buenos Aires, en el pasado.
Pero no es el único tema que inquieta al presidente: los rumores de salida de Marcela Losardo del Gobierno lo tienen a mal traer. Sería el tercer ministro que pierde Fernández, luego de las salidas de María Eugenia Bielsa y Ginés González García.
Con un agravante: Losardo, más que funcionaria, es su amiga personal. Fue su compañera de facultad y supo ser su socia en el estudio jurídico que tuvo en su momento.
Quien arribaría en su lugar, dicen, es Martín Soria, hoy diputado rionegrino e integrante del sector de Cristina Kirchner. Ergo, otra victoria para la vicepresidenta.
Una suerte de alivio luego del mal trago que debió ingerir en el contexto de la ya mencionada audiencia por la causa denominada “dólar futuro”. Un expediente que va camino a morir, por la ausencia de elementos que la compliquen.
Sí se le complicará la existencia en otras investigaciones judiciales, como la obra pública y los cuadernos de la corrupción. Pero aún falta.
Entretanto, Alberto terminó de cruzar el puente que lo separaba de Cristina. Lo refrendó el lunes pasado en la apertura de las sesiones legislativas.
La radicalización de su discurso fue del agrado de los cristinistas de paladar negro y decepcionó a los peronistas más moderados, que soñaban con el avance del “albertismo”.
Allí, Alberto se despachó contra la Justicia y los medios de comunicación. Lo cual mereció varias docenas de análisis por parte de reputados periodistas.
Sin embargo, quien mejor sintetizó el sentido de ser de su diatriba fue diario ABC de España, con un sencillo título: “El presidente argentino quiere controlar la Justicia para evitar que Kirchner entre en prisión”.
Nunca mejor dicho.