Todo venía bárbaro. La convocatoria, la consigna e incluso la metodología para llevarla a cabo.
Y entonces allá fueron los manifestantes, en tropel. Con sus banderas y banderías. Con la emoción y el fervor que cabe en estos casos. Rumiando el malhumor.
Porque no cesa la bronca por el vacunatorio VIP. En un país donde todo es VIP. Un terruño en el cual unos pocos tienen privilegios y los demás son ciudadanos de segunda. O de tercera. O de cuarta.
A menos que se tenga la pechera de La Cámpora. O el carnet de kirchnerista de la primera hora. Eso vale mucho más que lo que dicen las normas.
Porque así son estos tipos, que siguen la consigna de la jefa y “van por todo”. Hasta el agua de los floreros.
Por eso el disparador de hoy. El malhumor social. La catarsis oportuna. Que intenta lo imposible. Que un grupo de malvivientes dejen de ser malvivientes. Como si fuera tan sencillo. Con un cartel, tres gritos y cinco canciones ad hoc.
La cosa es más compleja. Hace falta cambiar el “chip mental” de muchos. Hacerles entender que, para que todo funcione, hay que cumplir las normas. Desde la básica hasta la más compeja.
Es lo que hacen países como Dinamarca, Noruega, Canadá y todos aquellos en los que la democracia funciona aceitadamente. Naciones que jamás logran entender cómo a la Argentina le va tan mal.
Es lógico, ni siquiera los argentinos sabemos qué es lo que hace que acá todo sea un fracaso constante. Un “día de la marmota” que lleva más de 70 años. Chocando siempre contra la misma pared. Tropezando con la misma piedra.
Ergo, nada cambiará por lo que pasó hoy. Ni aunque se hagan un millón de marchas. Porque la Argentina es esto mismo que vivimos hoy. El choreo, el vacunatorio VIP, el irrespeto por las instituciones, la burla a las reglas.
Podemos seguir fingiendo que todo estará bien, que el futuro es nuestro, que estamos a cinco minutos de ser Alemania. Pero ello no ocurrirá.
“Estamos condenados al éxito”, dijo hace mil años Eduardo Duhalde. Y muchos le creyeron. Y se esperanzaron. Y fueron felices.
Pero no hablaba de la Argentina, sino de él mismo. Acaso imaginando que algún día sería uno de los privilegiados por el Vacunatorio VIP, junto con su familia.
Nada que no hubiera imaginado Gabriel García Márquez en su inmenso realismo mágico.
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