Alberto Fernández “se la mandó”, como suelen decir ahora los adolescentes. Por las insólitas medidas que decidió llevar adelante para tratar de frenar la inquebrantable pandemia.
Principalmente una: la suspensión de clases presenciales, algo que ya fue fue desaconsejado por los principales especialistas en pedagogía del país y el mundo. Por lo dañino, básicamente.
Principio que a su vez refuerzan los científicos más reputados. Que advierten que el peligro del contagio de coronavirus nada tiene que ver con la concurrencia a las aulas.
Por si fuera poco, Alberto acusó a los trabajadores de la Salud de haberse “relajado”, culpándolos del crecimiento exponencial del Covid que se vive en estos días.
Acaso olvidando, el presidente, que abundan fotografías suyas en encuentros multitudinarios, en los cuales careció de tapaboca y prevenciones básicas.
Entonces, en tal contexto, su amenaza de saturar las calles con furiosos uniformados a efectos de reprimir a los que no cumplan las medidas impuestas, suena a pura hipocresía.
Pero no es esa la lectura más adecuada respecto de lo ocurrido en las últimas horas. Ello es casi una anécdota menor.
Lo que preocupa es haber visto a un presidente tan perdido y errático. Con conceptos que sorprendieron a propios y ajenos.
¿De dónde sacó aquello de los chicos se intercambian los barbijos en la escuela? ¿Por qué desautorizó a sus propios ministros, Vizzotti y Trotta, que habían sostenido horas antes que no se cerrarían las aulas?
El presidente acaba de dispararse al pie. Y lo peor es que nadie ha salido a auxiliarlo, ni siquera dentro de su propio espacio. Su propia vicepresidenta, real impulsora de algunas de las medidas que el jefe de Estado anunció esta semana, ni siquiera lanzó uno de sus usuales tuits. Lo dejó solo.
Lo peor de todo es que Alberto ha perdido toda credibilidad. Gran parte de la sociedad ni siquiera respeta su investidura. Principalmente, por sus desaciertos y contradicciones, pero también por el daño que hizo el denominado “vacunatorio VIP”.
El reflejo de lo antedicho ocurre en estas mismas horas, en forma de cacerolazos, que prometen continuar en los próximos días y escalar “in crescendo”.
Ello, en el peor momento del mandatario: con un nivel de aceptación que ha perforado el piso del 30%, algo inédito en un referente del peronismo. Porque la base electoral de esa fuerza siempre suele ser mayor a ese porcentaje.
Alberto ha superado varios récords en lo que va de su mandato, pero este último es el más notable. Con un agregado: ese mero dato porcentual es el que puede dejarlo fuera del poder.
Cristina festeja. No hacen falta aclaraciones.