Se creen que son solidarios. Que su misión en la vida es la de ayudar a los demás. Se autoperciben buenos samaritanos. Eso sí, lo hacen con fondos ajenos. Principalmente con dinero del Estado.
El caso más escandaloso es aquel que se conoció este lunes, que involucra a Victoria Donda. Quien quiso zafar de sus obligaciones como empleadora “regalándole” un plan social a su empleada doméstica.
Pero no es la única: oportunamente, Jorge Triaca, ministro de Trabajo del macrismo, hizo ingresar a tropel a su propia familia en cargos ostentosos del Estado.
Luis D’Elía hizo lo propio con sus vástagos: a los tres los “acomodó” en la Anses, con sueldos que superan por lejos el mínimo vital y móvil.
Tampoco zafó en su momento Silvia Majdalani, quien acomodó a sus dos hijas, Valeria y Agustina, en relevantes cargos estatales.
La lista es interminable y, como puede verse, atraviesa partidismos e ideologías. Macristas y kirchneristas han abusado de las atribuciones colaterales que brinda el poder en beneficio propio.
También lo hizo Carlos Menem en su momento, nombrando incluso a su cuñada, Amira Yoma, como secretaria de Audiencias.
Sin embargo, fue Fernando De la Rúa el que superó a todos al nombrar a su propio jardinero en el Concejo Deliberante de la Ciudad de Buenos Aires.
¿Cómo se explica que al paso de las décadas persisten este tipo de prácticas? ¿Por qué no existe ley alguna que ponga límites a los nombramientos discrecionales en el Estado? Más aún: ¿Por qué nadie impulsa una medida de tal tenor?
No se trata solo de familiares y amigos: cada día el Boletín Oficial regala docenas de nombramientos en el Estado, en cargos creados especialmente para militantes cuyos nombres son desconocidos por completo.
Muchas veces se las disfraza de “designaciones temporales”, que terminan siendo permanentes a lo largo del tiempo. Ello va engrosando la planta del Estado, con el consecuente déficit fiscal.
Es una situación que no se sostiene en el tiempo. Es imposible que lo haga. En la Argentina y en la China. Ningún país es viable en tales condiciones.
Por eso, se espera que alguien tome alguna medida respecto de lo ocurrido con Donda. Aunque sea un mínimo apercibimiento. Lo que sea.
Para que la próxima vez que alguien piense en una acción similar lo piense dos veces.
No es demasiada pretensión. Porque en la Argentina jamás pueden tenerse grandes aspiraciones. Apenas sí algún que otro gesto menor, siempre vacío de valor instrínseco real por parte de nuestros políticos de cabotaje.