El discurso es impecable, casi de manual. Con todas las invocaciones pertinentes y hasta las pausas más adecuadas. Incluso parece cuidado el lenguaje no verbal, sus ademanes, sus llantos…. y hasta sus silencios.
Cristina Kirchner es 100% progresista, solo que lo es únicamente en las palabras, no en los hechos. Es muy sencillo hablar de igualdad desde el lugar más poderoso del poder que brinda el Estado, sin conocer lo que son las necesidades ni las restricciones personales. Donde no hay límites para hacer lo que se le ocurra.
¿Creerá acaso la vicepresidenta que los más de 40 millones de argentinos se encuentran en la misma situación que ella y sus allegados? ¿Se tragará tal vez las noticias que lee en los diarios más oficialistas como Página/12 y Tiempo Argentino?
Pocas personas pueden, como ella, ostentar un patrimonio que supera los 70 millones de pesos y que creció 3.540% en solo 9 años. ¿Cómo hizo para lograrlo? ¿Lo dirá alguna vez o seguirá insistiendo en la mentira de que fue una “abogada exitosa”? ¿No choca de bruces esa fortuna con su declamado discurso de izquierda?
Aunque se dejen de lado esas cuestiones personales de Cristina —y no tanto, ya que es la mandataria de los intereses del Estado— el supuesto progresismo de su gobierno sigue sin aparecer. En su lugar, solo hay discrecionalidad oficial y cada vez más hechos de corrupción que siguen siendo tapados por el poder político.
Mal que les pese a los más entusiastas seguidores del “modelo K”, lejos se encuentra el Gobierno de Alberto y Cristina de ser progresista. Es, como se dijo, una cuestión de manual, así de sencillo.
Por caso, según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), progresista es aquella persona “de ideas políticas y sociales avanzadas enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad”. ¿Encaja en esta clasificación un gobierno que restringe día a día las libertades personales y miente a sus conciudadanos, no solo ya en cuestiones políticas, sino también de básicas estadísticas y eruptiva inseguridad?
Ahora, si se analiza cómo define la RAE el totalitarismo, veremos que se aproxima mucho más a la acción del kirchnerismo: “Régimen político que concentra la totalidad de los poderes estatales en manos de un grupo o partido que no permite la actuación de otros”. Más semejante al oficialismo, imposible.
No solo Cristina no da pie a la participación de terceros en las decisiones de Estado, sino tampoco a quien debería ser su superior, el presidente Alberto Fernández.
Este no convive con la vicepresidenta, sino que la padece. Si hubiera que definir con un calificativo cómo se sienten los que trabajan con ella, este sería “terror”.
Lo han admitido a este periodista ministros y secretarios de primera y segunda línea, incluso aquellos que ya dejaron sus cargos. Todos coinciden en que el carácter de Cristina es difícil y que es sumamente complicado contradecirla aún en las cuestiones más elementales.
Se conoce el caso de al menos cinco ministros que dejaron sus cargos por hechos de corrupción durante el primer kirchnerismo. Todos sufrieron el maltrato de Néstor y Cristina cuando intentaron dar a conocer esos desaguisados.
Dos de ellos lo admitieron públicamente: Horacio Rosatti y Gustavo Béliz.
Lo mismo ocurre con infinidad de funcionarios de segunda línea, cuyas renuncias no trascienden por no ser conocidos. Ergo: ¿Es este un régimen progresista? No vale responder con el corazón, sino con la racionalidad más pura.
Si hicieran falta más ejemplos: ¿Qué decir de escándalos como la manipulación de la Justicia y el uso del aparato del Estado para espiar y perseguir a opositores? ¿Cómo justificar hechos de corrupción como la vacunación VIP, los sobreprecios en compras en plena pandemia y tantos otros?
Un gobierno que no cree en el saludable recambio democrático, que abusa de la suma del poder público y que niega la realidad que perciben incluso estudiantes de Harvard, está lejos de ser progresista.
No es un capricho discursivo, es una cuestión de definiciones que son más que claras. Casi de manual.