Conocí a Claudio Bonadio en el año 2007. Fue en el marco de una de las denuncias judiciales que hice contra Cristina Kirchner, en este caso por usurpación de títulos y honores. Por su pretensión de decir que era abogada sin serlo.
Entonces, tenía toda la esperanza de que se llegaría a la verdad y que la entonces presidenta sería condenada por violar el artículo 247 del Código Penal. Aún cuando la pena era muy menor. Era un logro casi simbólico.
Presenté infinidad de prueba y testigos. Pero Bonadio ni siquiera se tomó el trabajo de llamarlos a declarar. Se trataba de testimonios calificados.
Exfuncionarios que habían trabajado con Néstor Kirchner o que lo habían tratado, como Rafael Flores, Domingo Zárate, Daniel Gatti y Eduardo Arnold. Este último supo ser vicegobernador de Santa Cruz y, al igual que todos los demás, admite que Cristina no se recibió jamás.
También pedí que citaran a exdocentes de la Universidad Nacional de La Plata, donde estudió Cristina. Tres de ellos me habían confirmado que la hoy vicepresidenta nunca se había recibido.
Sin embargo, Bonadio nunca avanzó en ese sentido. Jamás me requirió tampoco la prueba que le anticipé que tenía para aportar.
De hecho, fue más que grosero conmigo. El día que declaré, no me dejaba terminar de responder ninguna de las preguntas que me hacía y pedía al “escribiente” que omitiera algunas cuestiones puntuales que yo mencionaba en mi declaración.
Finalmente, luego de un breve proceso que duró unas pocas semanas, sobreseyó a Cristina. Solo sobre la base de un analítico “trucho” y una ficha de entrega de título que se demostró adulterada. Pertenecía en realidad a un salteño llamado Valentín Olmos.
Si se mira con detenimiento ello se observa claramente… salvo para Bonadio, quien lo tomó como valedero.
Es un documento coherente con los demás que involucran a Cristina, todos aparecen siempre enmendados o tachados, como la siguiente anotación en el libro de la UNLP. Dicho sea de paso, Bonadio nunca permitió que este se aportara.
Muchos hoy podrían sorprenderse por la actuación del juez en esa causa judicial. Pero no deberían hacerlo, ya que eran los días en los que se llevaba de mil maravillas con el kirchnerismo.
Quien lo dude solo debe recordar su desempeño en dos expedientes puntuales: la irregular importación de autos diplomáticos por parte de funcionarios de Cancillería —donde avanzó sólo sobre un par de “perejiles”— y la célebre causa Skanska.
A cambio de ello, el kirchnerato lo ayudó a zafar de media docena de denuncias que lo jaqueaban en el Consejo de la Magistratura.
Luego llegaría el enfrentamiento entre Bonadio y Cristina, originado quién sabe por qué. Se habla de diversas cuestiones —personales, monetarias, etc— pero nadie sabe a ciencia cierta qué los enemistó.
En lo personal, me quedó siempre un sabor amargo, que solo logro evitar cuando recuerdo que nadie aún ha ganado mi desafío a través del cual pago 10 mil dólares para quien logre mostrarme una copia del diploma de la expresidenta, una foto de graduación o un escrito firmado por ella como abogada. No es poco.