Nunca conocí a José Luis Cabezas. Apenas sí sabía que existía por sus descomunales producciones fotográficas en revista Noticias. Talento puro, a la vista.
Me hubiera gustado conocerlo, aunque sea tratarlo una vez, una sola, en toda mi vida. Porque parecía un tipo buenazo, entrador, divertido.
Pero no. Nunca podrá ser. Porque fue asesinado brutalmente el 25 de enero de 1997, por haberse metido con una banda peligrosa, comandada por un narcoempresario llamado Alfredo Yabrán e integrada por policías bonaerenses inescrupulosos junto a un par de ladrones de poca monta.
Cabezas osó fotografiar a aquel que no quería ser fotografiado. El tipo que llegó a decir “sacarme una foto a mí es como pegarme un tiro en la frente”.
Para conseguirlo, el malogrado fotógrafo hizo un brillante operativo en una playa de Pinamar, burlando la eficaz inteligencia que había pergeñado el propio Yabrán.
Entonces se acabó el misterio. Todos pudieron conocer el rostro del fantasma más temido del país. El tipo que tenía a sueldo a jueces, fiscales, periodistas y legisladores. Aquel que se quedaba con empresas de la competencia usando el poder de la mafia, con bombas y atentados mediante.
Y Yabrán enfureció, como era de esperar. Y se la cobró, de la peor manera.
Cabezas fue emboscado a la salida de la fiesta de cumpleaños de Oscar Andreani, dueño del conocido correo postal y sospechado entonces de ser testaferro de su propia empresa.
Los detalles del secuestro del fotógrafo están contados en mi libro “La larga sombra de Yabrán (1998)”, y son realmente estremecedores.
Porque Cabezas no solo fue torturado, sino también baleado y prendido fuego. Todo un mensaje, claro y directo: ¿Quién se animaría a partir de ahora a meterse con Yabrán?
En las redacciónes de los medios empezó a percibirse un ambiente espeso, incómodo. Nadie sabía qué hacer o qué decir. ¿Hasta dónde contar el caso Cabezas sin estar en riesgo?
El tiempo fue ayudando a derribar todos los temores y la verdad se fue imponiendo de a poco. Los culpables terminaron en prisión, con polémicas condenas, pero en prisión al fin.
Pero nadie jamás siguió adelante con el tema Yabrán. Nadie se animó a revelar su secreto más inconfesable, aquel que lo vinculaba con el tráfico de drogas. Ni siquiera luego del año 2000, cuando la DEA desclasificó documentos que lo probaban.
Acaso por su desaparición física, en el año 1998, en un aparente suicidio que jamás convenció a nadie.
Como sea, el hecho de no avanzar en el esclarecimiento de lo que fue la mafia de Yabrán no permitió jamás desmontar el sistema delictivo que este había montado y que funciona hasta el día de hoy. Solo han cambiado algunos nombres y prácticas (Hugo Moyano es uno de los continuadores). Pero todo permanece igual que antes. O peor.
Acabar con esa mafia hubiera sido el mejor homenaje a Cabezas. Pero no pudo ser. Porque nadie se animó. O nadie quiso. O nadie pudo… Ya no importa el por qué, ¿o sí?