Están parados en un pedestal que ellos mismos inventaron, una suerte de atril invisible desde el cual juzgan a los “buenos” y los “malos”. Desde allí, gustan discriminar a aquellos que merecen el infierno de aquellos otros, los que se han ganado el cielo.
No les importa ser buenos periodistas; siquiera ser honestos. Les basta con adherir a pies juntillas con una pseudoproclama progresista que ni a ellos representa.
Si Cristina Kirchner se birló mil millones en fondos públicos de Santa Cruz junto a su marido, está perfecto para ellos. Es la líder del movimiento y todo le está permitido. Ergo, de eso jamás hablarán.
También harán silencio sobre los vínculos de Aníbal Fernández con las drogas y el crimen organizado; o los de Amado Boudou con los negocios del Estado.
¿Cómo podrían señalarlos, si ellos mismos no pueden explicar sus propias fortunas?
Los ladriprogresistas de turno, disfrazados de periodistas aunque no lo son, tienen ostentosas propiedades y autos importados, generalmente logrados gracias a redituables conchabos que les permiten los contratos que logran merced al Estado. Es decir, todos los ciudadanos.
Facturan en todos lados, pero trabajan bastante poco. Su tiempo lo gastan en las redes sociales, elogiándose entre ellos y denostando a quienes intentan hacer un trabajo honesto, estos últimos efectivamente movidos por la pasión y tolerando los magros sueldos que paga el periodismo.
Pocos, poquísimos de esos hombres de prensa tienen los autos que lograron los ladriprogresistas. Siquiera tienen una vivienda propia. Apenas sí llegan a fin de mes.
Sin embargo, los pseudoprogresistas no dudan en señalarlos, desde sus púlpitos de humo, como si fueran los dioses de la ética.
Son estafadores, en realidad. Se adulan entre ellos, “masturbándose” unos a otros, elogiando sus columnas ¿periodísticas? que en realidad no lee nadie.
Son notas que apenas sí superan la mera demagogia, siempre de opinión y tan vacías como ellos; jamás harán una investigación o una denuncia concreta contra nadie.
Lo que hacen es predecible: se desharán en elogios a dictadores de izquierda y harán silencio respecto de sus víctimas, como si la tiranía tuviera ideología. Estúpidos todos ellos.
Abundan en Mendoza, con salarios pagados por el Estado, ya sea desde Casa de Gobierno, el Servicio Penitenciario, el Casino o algún municipio que necesite su silencio cómplice.
Se hacen los sensibles, pero a la hora de cobrar de esos organismos, nunca les pesa la conciencia. Más aún, son casi todos “ñoquis” y el dinero que cobran salen de los impuestos de la sociedad toda: critican por izquierda pero cobran por derecha. Vaya hipocresía.
Son una lacra, el antiperiodismo, la mayoría surgidos al calor de la corrupción kirchnerista. Idiotas útiles finalmente, que usurpan un lugar que no les corresponde.
Alguien tendría que explicarles que el periodismo debe denunciar hechos de corrupción independientemente de quien los cometa. Hacer lo contrario es desconocer su oficio. Mil veces ladrones.
Por eso, es hora de poner las cosas en su lugar, de separar la paja del trigo. Como dijo el gran maestro Ryszard Kapuscinski, para ser buen periodista hay que ser buena persona.
Es otro motivo que explica por qué los ladriprogresistas no son siquiera periodistas.