Alberto Fernández asumió como presidente de la Nación el 10 de diciembre de 2019, cargado de promesas. Mejora en las jubilaciones, asado para todos, justicia más justa y salarios acordes, entre otras cuestiones.
Sin embargo, no logró cumplir una sola de sus proclamas de campaña. Ni una sola.
Un año después de asumido su cargo, los jubilados están peor, el asado es solo un recuerdo, la pobreza creció y la Justicia sufre la embestida más dura que se recuerde jamás.
Es bien cierto que la pandemia del coronavirus no lo ha ayudado, pero tampoco es responsable de todos los males. Ni por asomo.
A un año de la asunción de Alberto, el país parece destrozado en mil pedazos. Una república que ya no es república. Un federalismo atado a la chequera de la Nación. Y una democracia que considera a unos más “iguales” que a otros.
Sin mencionar la persecución feroz al periodismo, denostado solo por hacer su trabajo. Esto es, por revelar lo que el poder intenta mantener oculto.
¿No sería más fácil que hagan las cosas bien en lugar de culpar a los que muestran la corrupción?
Ciertamente, la Argentina no es Venezuela. Pero el gobierno hace un enorme esfuerzo para que así parezca. Una y otra vez.
Dicho sea de paso, ¿por qué el gobierno de Alberto Fernández sigue sin pronunciarse respecto de las últimas elecciones legislativas en ese país?
Alberto cumplió este diciembre sus primeros 12 meses de gestión sin nada bueno para mostrar. Ni hacia afuera de su gobierno ni hacia adentro.
Por caso, aparece peleado con su propia compañera de fórmula, Cristina Kirchner (las fotos solo son de ocasión). Y con gran parte de los referentes y militantes del Frente de Todos, aquel que lo llevó al poder.
Quien trazó el panorama más certero —y el más crudo— sobre el derrotero actual de Alberto, fue Eduardo Duhalde: “Está demasiado golpeado. Lo viví eso con De la Rúa, nos dábamos cuenta que no escuchaba, que estaba perdido”.
Es una radiografía terrible, que describe el presente del jefe de Estado, en un mes donde siempre suelen recrudecer los rumores de estallidos sociales y protestas similares.
Por eso, a más de un año de haber llegado al Sillón de Rivadavia, en pleno festejo navideño, Alberto no tiene nada que festejar. Nada de nada.