Cuando una mujer cincuentona de mi gimnasio se enteró de que yo estaba a punto de cumplir 80 años, exclamó: “¡Los 80 son los nuevos 60, y tú eres un gran ejemplo para todos nosotros!”.
Al menos, estoy en buena compañía:
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El doctor Anthony Fauci, gurú nacional de las enfermedades infecciosas, es cinco meses mayor que yo, y se mantiene firme incluso bajo el fuego político.
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Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de 81 años, también resiste bien a la feroz oposición,
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Anthony Hopkins, de 83 años, ganador del Oscar por El silencio de los inocentes y frecuente candidato, volvió a ganar este año por El padre.
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Morgan Freeman, también de 83 años, actúa con una voz distinguida solo superada por su formidable talento. Tiene cuatro películas y una serie de televisión por estrenar.
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Bernie Sanders, antiguo aspirante a la presidencia que cumplirá 80 años en septiembre, sigue siendo una fuerza a tener en cuenta en el Senado de Estados Unidos.
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Paul Simon, un mes más joven que Sanders, ha ganado 12 premios Grammy como cantante y compositor en sus seis décadas de carrera. (Recientemente vendió su catálogo de canciones a Sony por unos 250 millones de dólares).
Y la lista sigue. Como habría dicho mi difunto marido, que no llegó a ese hito, “80: no es un récord, pero no es un mal promedio”.
De hecho, muchos lo han hecho mucho mejor. Todos los días leo u oigo hablar de personas de más de 90 años que siguen siendo notablemente activas y productivas. Mira este reciente artículo en el Times sobre el infatigable arquitecto Frank Gehry. A sus 92 años, su último proyecto es una espectacular urbanización en el centro de Los Ángeles. Cuando le preguntaron si consideraba la posibilidad de jubilarse, respondió: “¿Qué haría? Disfruto con estas cosas”.
Para mí, ese es el secreto de una vejez feliz y vibrante: esforzarte por hacer lo que te gusta durante todo el tiempo que puedas hacerlo. Si las vicisitudes de la vida o los achaques de la edad impiden una actividad preferida, modifícala o sustitúyela por otra. Ya no puedo patinar, esquiar o jugar al tenis con seguridad, pero todavía puedo montar en bicicleta, hacer senderismo y nadar. Considero que la actividad física diaria es tan importante como comer y dormir. No acepto excusas.
Y, como puedes ver, sigo escribiendo, aunque a menudo me lleva más tiempo que antes. En mi trabajo como columnista de salud, me pagan por instruirme e inspirarme continuamente con las investigaciones y entrevistas que hago para mi columna semanal. Mantienen vivos mi cerebro y mi espíritu. Y cuando una palabra o su ortografía se me escapan, ahí están Google y mis editores para rellenar los huecos.
La cohorte de estadounidenses que han vivido ocho o más décadas está aumentando de forma constante y se prevé que crezca más rápido que la cohorte de jóvenes menores de 18 años durante al menos los próximos 40 años. De hecho, a medida que aumenta el número de personas en las últimas décadas de la vida, la morbilidad y la mortalidad estaban aumentando entre los hombres y mujeres de mediana edad incluso antes de la pandemia. Hoy en día no se espera que el recién nacido medio llegue a los 80 años, gracias en gran medida a la mala alimentación, la falta de ejercicio y el aumento de la obesidad.
Suponiendo que la mayoría de la gente opte por una vida larga y plena, si la naturaleza lo permite, ¿qué hace falta para ello? ¿A qué se debe el creciente número de octogenarios y más allá que están realizados y siguen consiguiendo logros?
A lo largo de mis décadas de información sobre la salud han surgido muchas pistas. Ya he aludido a la importancia de la actividad física regular, que favorece un cerebro y un cuerpo sanos. Suponiendo que no fumes, lo que fue la perdición de mi marido, la naturaleza suele cuidar muy bien de uno durante medio siglo. A partir de entonces, depende de ti.
Si no haces ejercicio con regularidad, puedes esperar una pérdida de fuerza y resistencia muscular, coordinación y equilibrio, flexibilidad y movilidad, fuerza ósea y función cardiovascular y respiratoria. En otras palabras, un estilo de vida sedentario es una receta para la enfermedad crónica y el declive.
Abandona todas las excusas, como hizo Todd Balf después de quedar parcialmente paralizado tras una operación de columna por cáncer. Aunque hacía tiempo que rehuía sumergirse en el agua, con un fisioterapeuta como entrenador, finalmente se animó y descubrió que nadar de un lado a otro de la piscina le animaba el cuerpo y el alma.
Por supuesto, como cualquier máquina, para mantener los niveles máximos de actividad el cuerpo humano requiere un combustible de calidad. Cuando crecimos, la mayoría de los que ahora tenemos 80 años o más nos libramos de la plétora de alimentos ultraprocesados que ahora llenan las estanterías de todos los supermercados. Mi padre, el encargado de la compra de alimentos en la familia, era un gran fanático de la avena y el trigo rallado, y de las frutas y verduras frescas.
Salir a comer fuera era un capricho ocasional (y para mí lo sigue siendo). La mayoría de las comidas se preparaban y se comían al estilo familiar en casa. ¿Comidas rápidas? Tal vez un perro caliente cuando íbamos en bicicleta a Coney Island o celebrábamos mi cumpleaños en un partido de los Dodgers de Brooklyn. Tenía poco más de 20 años cuando McDonalds anunciaba con bombos y platillos que acababa de vender 600.000 hamburguesas. (La empresa dejó de contar en 1994, tras alcanzar los 99.000 millones de hamburguesas servidas).
Pero el ejercicio y la nutrición no son suficientes. Los estudios sugieren que la motivación, la actitud y la perspectiva son igualmente importantes para una vida larga, sana y satisfactoria. Todavía estaba en la secundaria cuando mi madre murió de cáncer a los 49 años, y su pérdida prematura se convirtió en una lección para vivir cada día como si fuera el último, con la vista puesta en el futuro por si no lo fuera.
Entré en la universidad con planes de convertirme en bioquímica y descubrir pistas para salvar el cáncer. Pero trabajar en un laboratorio me pareció aburrido y solitario, y en mi primer año de carrera me di cuenta de que mi verdadero amor era enterarme de lo que otros descubrían y comunicar esa información al público. Así que casé la bioquímica con el periodismo, seguí una carrera satisfactoria en la escritura científica centrada en la salud personal y pública y, como un caballo con anteojeras, nunca miré atrás.
Mi consejo a los estudiantes: intenta combinar tu pasión con tu talento y tendrás la mejor oportunidad de una carrera rica y satisfactoria. También recomiendo que elijan a un compañero de vida que los apoye y esté dispuesto a compartir las tareas cotidianas y a hacer un trabajo extra cuando sea necesario.
Como me educaron para ahorrar, toda mi vida he comprado en rebajas y gangas y he invertido los beneficios en becas para estudiantes que se lo merecen y en fabulosos viajes a la naturaleza, de senderismo y en bicicleta para mí, mi familia y mis amigos.
¿Me arrepiento de algo? Me arrepiento de haber estudiado francés en vez de español en la secundaria y sigo intentando aprender este último, un idioma mucho más práctico, a mi modo de ver. Me arrepiento de no haber aprendido nunca a leer rápido; ya sea por trabajo o por ocio, leo despacio, como si todo lo impreso fuera un complejo texto científico. Aunque he visitado los siete continentes antes de cumplir los 50 años, nunca pude ver a los orangutanes en su Borneo natal ni a los gorilas en Ruanda. Pero ahora me conformo con verlos de cerca en la televisión pública.
Cuando me jubile, me gustaría trabajar como voluntaria con niños pequeños. Me aligeran el paso, me abrigan el corazón y me enriquecen el alma. Su alegría de vivir y su curiosidad innata fomentan la esperanza de que el mundo del futuro será mejor.