El 3 de abril del año 2002, María de los Ángeles Verón desapareció de la faz de la tierra. Su madre, Susana Trimarco, acusó a un grupo de proxenetas y lavadores de dinero por haberla secuestrado y forzarla a ejercer la prostitución.
A partir de entonces, la mujer no dejó de buscar por cielo y tierra a su hija. En el camino, se dedicó a luchar contra la trata de personas y denunció la connivencia del poder político con ese oscuro negocio.
¿Cómo no conmoverse ante semejante historia? ¿Cómo no apoyar a esa “heroína”? Ciertamente, habría que tener el corazón de hielo para no sentir empatía por Trimarco y su historia.
Sin embargo, las preguntas pasan por otro lado: ¿Es cierto lo que cuenta una y otra vez la mujer? ¿O se trata de una trama eficazmente armada para lucrar aprovechando una historia que no es tal?
¿Qué dirían ustedes si yo les contara que Trimarco dice una cosa en el expediente judicial que investiga la evaporación de su hija y otra cuando va a los medios de prensa?
¿Y si les mencionara que existe al menos una comunicación telefónica —confirmada judicialmente— entre ella y Marita después de haber declarado que desapareció?
¿Cómo actuarían si les contara que Marita fue vista en varias oportunidades después de haberse evaporado —una de ellas junto a su cuñado — y que Trimarco omite mencionarlo?
¿Qué dirían si les confirmara que inventa rescates de víctimas de trata para exigir subsidios de fondos públicos?
¿Y qué opinarían si supieran que la persona a la que más acusa públicamente, el proxeneta Rubén “La Chancha” Ale, jamás fue mencionada por ella a nivel judicial y, más aún, su propio marido lo despegó del caso?
¿Cuál sería su reacción si les mencionara que, a pesar de fustigar a José Alperovich y su esposa, Beatriz Rojkés, trabajó para ellos en la gobernación de Tucumán y hasta los elogió posteriormente?
¿Qué dirían si les confesara que, solo en 2015, recibió 23 millones de pesos en subsidios que jamás fueron rendidos?
¿Cómo se sentirían si les dijera que Trimarco pasó de ser pobre a millonaria gracias a esa plata del Estado?
¿Y si les refiriera que nunca pidió que llamen a declarar —ni intentó buscar— a la última persona que vio su hija, el médico Tomás Rojas?
¿Qué referirían si les argumentara que en el expediente jamás se cruzaron los supuestos llamados entre los propios acusados?
Este libro demuestra todo ello y mucho más, sobre la base de entrevistas, documentos y, lo más importante, la consulta del expediente judicial que hurga sobre la no aparición de Marita Verón. El trabajo que hice para llegar a las conclusiones a las que arribo, llevó muchos años de investigación y no pocas presiones por parte del entorno de Trimarco, quien dicho sea de paso, jamás me quiso conceder una entrevista.
Sepan ustedes que en reiteradas ocasiones pedí declarar en la causa judicial de marras y sus abogados exigieron que no lo hiciera por temor a la evidencia que yo podía aportar, lo cual es claro que tiraría abajo un negocio muy redituable.
Finalmente, quiero mencionar la decepción que siento por cómo los colegas han tratado este tema. Ningún periodista, ni uno solo, se tomó el trabajo de ver el expediente ad hoc. Todos se manejaron con los dichos de Trimarco, sin jamás contrastar una sola de sus afirmaciones.
A la cabeza de ese mal desempeño caben Sibila Camps y Soledad Vallejos, autoras de sendas biografías sobre la madre de Verón, donde la hacen quedar como si fuera una maestra jardinera.
¿Acaso nadie leyó jamás un manual de periodismo? ¿Dónde quedó aquello del chequeo de la información?
Al igual que en la cuestión AMIA, el caso Verón es una postal de lo mal que trabaja la prensa en Argentina. Es grave, no solo porque se terminó desinformando a la ciudadanía, sino porque además se llevó a Trimarco a un pedestal que no merece.
¿Quién se hace cargo ahora del dinero público que birló y que nunca termina de rendir? ¿Quién será el primero en decir “me equivoqué”?
Todos han colaborado a la hora de crear al monstruo… ahora, este libro intentará el camino inverso.
(*) Prólogo de “Trimarco SA”. Acá pueden descargarlo gratis.