Como sabemos, se puede hacer una historia sobre cualquier aspecto, incluso del mal llamado “onanismo”.
Para los antiguos, el masturbarse no constituía un tabú, las mitologías solían relacionarlo con momentos de creación. Así, el dios sumerio Enki había creado los ríos Tigris y Éufrates masturbándose y eyaculando en sus cauces vacíos. Hecho que tiene la suficiente lógica como para evitar bañarse allí.
Los egipcios no se quedaron atrás y una de sus divinidades, Apsu, se erigió a sí mismo mediante masturbación, saliva y lágrimas.
Según los griegos, Hermes había enseñado a su hijo Pan (Fauno) a utilizar su mano para soportar el desprecio de una ninfa y sus amigos los “Sátiros” se volvieron expertos en el asunto. Pero entre los helenos no se limitaba a una práctica puramente masculina. En la línea 110 de la comedia Lisístrata, perteneciente a Aristófanes, leemos:
Y ni siquiera de los amantes ha quedado ni una chispa, pues desde que los milesios nos traicionaron, no he visto ni un solo consolador de cuero de ocho dedos de largo que nos sirviera de alivio «cueril». Así que, si yo encontrara la manera, ¿querríais poner fin a la guerra con mi ayuda?”
Dicho “alivio cueril” no era otra cosa que un dildo fabricado con cuero. Algunas fuentes señalan que los mejores se conseguían en Mileto, debido a la suavidad que les otorgaba el uso de piel perruna.
Como sabemos, durante la Edad Media todo tendió a volverse pecado y, desde luego, la masturbación no acabó bien. En el siglo IV, San Agustín de Hipona se opuso terminantemente a esta práctica y llegó a considerarla peor que el incesto. A grandes rasgos, para los cristianos de entonces -y los más ortodoxos en la actualidad- cualquier acto sexual que no implicase posibilidades de generar vida era considera antinatural y debía castigarse. Aunque, generalmente, sólo se debía rezar durante un mes por cometer onanismo.
Pero no sólo los católicos se opusieron a la “maniobra solitaria”. En el siglo XVI el famoso Martín Lutero, interpretó mal un pasaje de la Biblia y aumentó el estigma sobre la práctica. Se trató de la historia de Onán, un hombre que no quiso embarazar a su cuñada viuda como le había ordenado Dios y practicó “coitus interruptus” eyaculando sobre la tierra. Lutero consideró que en la Biblia se hacía referencia a “la palma de su mano” y que por eso fue castigado Onán a quien, por supuesto, Dios mató.
A medida que religión fue perdiendo fuerza, el control o regulación sobre muchos aspectos sociales fue conquistado por la ciencia. Así, desde el siglo XVIII la masturbación fue prohibida por los libros de medicina. El más influyente de estos textos perteneció al doctor Samuel-Auguste Tissot, se llamó L’Onanisme y fue publicado en 1760.
Aunque probablemente en la actualidad no sea un personaje muy popular, este neurólogo calvinista tuvo enorme repercusión en su época. Llegó a ser consejero del Vaticano pero además influenció en pensadores como Voltaire y Rousseau, totalmente ajenos al catolicismo. En su famoso libro afirmó que el semen era una especie de “aceite esencial” cuya pérdida debilitaba al hombre y lo llevaba a destruir su cuerpo e incluso a suicidarse. Lo más impactante es que buscó demostrar sus dichos con casos clínicos:
. . . fui a su hogar –señaló sobre un supuesto onanista extremo- y lo que encontré era más un cadáver que un ser vivo yaciendo sobre heno, escuálido, pálido, exudando un hedor nauseabundo, casi incapaz de moverse. De su nariz fluía agua sanguinolenta, babeaba constantemente, sufría ataques de diarrea y defecaba en su lecho sin notarlo, había un flujo constante de semen, sus ojos, saltones, borrosos y sin brillo habían perdido toda capacidad de movimiento, su pulso era extremadamente débil y acelerado, su respiración era dificultosa, estaba totalmente emaciado, salvo en los pies que mostraban signos de edema…”.
Su obra tuvo una influencia enorme durante los siguientes dos siglos. De hecho, el supuesto efecto negativo sobre los ojos que la sabiduría popular atribuye a la masturbación tiene su origen en Tissot. Lamentablemente, hubo repercusiones verdaderamente graves: durante el siglo XIX se llegaron a practicar mutilaciones genitales para evitar la práctica.
En nuestro país, los médicos de principios del siglo XX eran entusiastas en advertir sobre el mal uso de las manos entre los adolescentes. Pero esa es ya otra historia.
Recién en 1972 se consideró mundialmente que masturbarse era algo natural. La humanidad reconoció una vez más que, después de todo, no somos tan diferentes al mono.