Alberto Fernández y Cristina Kirchner me tienen bloqueado en las redes sociales. Principalmente en Twitter.
No son los únicos: la mayoría de los funcionarios y exfuncionarios K —y varios macristas— me han bloqueado por completo. Hasta el inefable Aníbal Fernández, el hombre de amianto, lo ha hecho. Aquel al que nada de nada lo afecta
No me quejo por ello, ojo. Es solo una curiosidad, que me genera algunas inquietudes e interrogantes.
Por caso, ¿está bien que el presidente de la Nación o su vicepresidenta bloqueen a alguien solo porque no comparten su forma de pensar?
A ver… yo mismo he bloqueado a más de un tuitero que me anda puteando por ahí. Lo reconozco. Pero no soy funcionario público ni tampoco me toca dirigir los destinos de una Nación.
Se presume que aquellos que comandan la Argentina deberían tener un nivel de tolerancia mayor que el resto de los mortales. Que están más allá de la maldita grieta.
Porque, de lo contrario, solamente estarían gobernando para los que piensan como ellos. Ciertamente, es lo que uno siempre sospecha, pero este dato, casi anecdótico, lo terminaría por confirmar.
Yo sé que es un tema absolutamente trivial, sobre todo en momentos de pandemia feroz y economía de vacas flacas, pero hace al republicanismo básico de cualquier Nación.
De hecho, los consensos —al menos la búsqueda de estos— son la base para avanzar en cualquier intento de ser un país serio.
La Argentina está lejos de esto último. No por lo aquí comentado sobre la trivialidad de las redes sociales, desde ya, eso es algo muy menor. Pero todo suma finalmente.
Y, como decía mi abuela, el paño de las personas se deja ver en los pequeños gestos, no en los grandes.
Como sea, valgan estas líneas como la demostración de la nada misma, solo una catarsis personal. En un sábado gris que empieza a regalar las primeras ráfagas del frío otoñal que ya mismo asoma.