El crecimiento de los evangélicos en el país, su gran disciplina interna demostrada en sus cruzadas contra el matrimonio igualitario y la legalización del aborto, y -más allá de las fronteras- su gravitación en las elecciones que consagraron presidente a Donald Trump en los Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil venían convirtiendo a esa comunidad religiosa en un sector electoralmente apetecible.
De hecho, principalmente el PRO -aunque no solo esa agrupación – hace rato que está pescando en aguas evangélicas de la mano de la oposición de la mayoría de sus integrantes a la legalización de la interrupción voluntaria de embarazo. Pero lo novedoso ahora es que algunos pastores y laicos evangélicos no resistieron la tentación y avanzan en el armado nacional del primer partido evangélico.
Llamado UNO (Una Nueva Oportunidad), la agrupación política hará su debut en las elecciones legislativas de este año. Con presencia ya en catorce provincias, aspira a colocar dos diputados en el Congreso -especialmente de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe-, además de sumar legisladores provinciales y concejales a los actuales de fe evangélica que llegaron a los cargos por otros partidos.
Esta historia comenzó en 2019 con el batacazo que dio en las elecciones legislativas de la provincia de Santa Fe el frente “Uníte por la Vida y la Familia”, integrado por la mediática Amalia Granata, al obtener 285 votos con la oposición a la legalización al aborto como principal bandera. Ello le permitió acceder a seis bancas. Entre otros, entraron Granata y el pastor Walter Ghione.
A poco de andar, Granata -y luego otra legisladora- se separaron de su bloque. El Pastor Ghione y otros dirigentes evangélicos consideraron entonces que había llegado el momento de fundar un partido que -si bien dicen que no es confesional- asumiera los postulados evangélicos -no solo en cuestiones de bioética y sexualidad- y los defendiera en las instituciones de la democracia.
La apuesta es osada. En primer lugar porque el hecho de que el partido esté constituido en su mayoría por evangélicos no quiere decir que vayan a contar con el voto masivo de los más de cinco millones de evangélicos que hay en el país, según el último sondeo del CONICET. Que lo diga sino la Democracia Cristiana -fundada aquí en la década del ’50- para captar el voto católico.
Además, la participación de pastores en política genera polémica entre los evangélicos argentinos. Es cierto que la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas (ACIERA) -que congrega a la gran mayoría de las iglesias evangélicas del país- alienta el compromiso político de aquellos fieles con vocación por la cosa pública. Pero les recomienda a los pastores que hacen esa opción que dejen el púlpito.
En lo personal, el pastor Ghione no encuentra motivo para abandonar la prédica. “Llega un momento en que debemos comprometernos porque los políticos tradicionales fracasaron”, asegura. En ACIERA, en cambio, creen que existe el riesgo de que la comunidad del pastor que opta por la política se divida y una parte abandone su iglesia. “A mí no se me fue casi nadie”, retruca el pastor de UNO.
Ghione considera, en fin, que el papel político-electoral de ciertas iglesias evangélicas en los Estados Unidos y, sobre todo, en Brasil constituyen un ejemplo a seguir en el país. Sin embargo, en ACIERA sostienen que las realidades evangélicas de países como Brasil respecto de la argentina son muy distintas. “No son comparables”, aseguran.
Será cuestión de esperar para ver qué dicen los votos: si se está en presencia de un naciente fenómeno político o de un fugaz intento fallido.