El 16 de febrero de 1995, el entonces ministro del Interior del menemismo, Carlos Corach, recibía en sus manos una carta certificada, bajo número 8804, donde le advertían que el hijo de Carlos Menem sería asesinado mientras condujera su helicóptero. “Está relacionado indirectamente con el tema AMIA (…) es un mensaje al presidente (Menem)”, rezaba la misiva escrita por un ex agente de Inteligencia llamado Mario Aguilar Rizzi, que en esos días purgaba prisión en el Servicio Penitenciario Federal.
Casi al final, la carta advertía que el hecho se trataría de hacer “aparecer como un accidente, por motivos que le comentaré personalmente”. En realidad, lo que Aguilar quería era hablar personalmente con Corach a efectos de darle detalles puntuales de su advertencia, pero el funcionario no estaba interesado en que ello ocurriera, ya que consideraba a Aguilar un personaje “poco confiable”.
Un mes después, el 15 de marzo de 1995, Carlitos Menem moría al caer su helicóptero en un maizal ubicado en el km 211,5 de la ruta 9, entre las ciudades de San Nicolás y Ramallo. Eran las 11.45 de la mañana de un día soleado que comenzaba a nublarse y daba comienzo a una trama que hasta el día de hoy no ha podido ser del todo dilucidada.
Dolor de madre
“Fue el tercer atentado. La muerte de Carlitos fue el tercer atentado”, aseguró Zulema Yoma a este cronista pocos años después de ocurrido ese hecho, en una suerte de mensaje críptico que solo pudo ser develado a posteriori.
Es que, para entender qué quiso decir esta dolida madre, hay que recordar que en la Argentina hubo dos crueles atentados, uno cometido el 17 de marzo de 1992 y el otro el 18 de julio de 1994, uno contra la embajada de Israel y el otro contra la sede de la AMIA, respectivamente.
Ambos fueron mensajes directos hacia el hoy fallecido Carlos Menem y, en ambos, el mandatario no dejó dudas de ello. “Esto me lo hicieron a mí”, aseguró en 1992 cuando ocurrió la explosión en la embajada. Dos años más tarde, frente al siguiente atentado, sus palabras serían tanto o más reveladoras: “Les pido perdón”.
¿Por qué Menem pidió disculpas si nadie lo había acusado de nada? ¿Quiénes fueron y qué mensajes le quisieron dar a la hora de cometer tan terribles atentados? Esa historia se remonta a 1988 cuando Menem viajó a Siria y se reunió con Haffez Al Assad, entonces presidente de ese país, a efectos de buscar fondos frescos a cambio de permitir en la Argentina oscuros negocios vinculados con drogas, lavado de dinero y reactores nucleares. Así al menos lo confirmó el ex embajador Oscar Spinosa Melo —uno de los concurrentes a ese viaje— a quien escribe estas líneas.
La historia que siguió es harto conocida: valijas con dinero sucio, el ingreso de terroristas sirios a la Argentina —con Monzer Al Kassar a la cabeza— y el fracaso final de todos esos negocios. Menem hizo entonces lo que mejor sabía hacer, lavarse las manos. Entregó a la Justicia a un par de perejiles, dejó escapar a Al Kassar del país y jamás hizo llegar el prometido reactor nuclear a Siria.
Pocos meses más tarde, explotaba la embajada israelí en Buenos Aires y daba comienzo lo que en la jerga árabe se conoce como “los tres golpes”. Es la manera en que los sirios suelen tomar venganza contra algún enemigo; a través de tres hechos que, cual mensajes, son solo entendidos por sus destinatarios.
En esos días de marzo, Al Kassar estaba de incógnito en Buenos Aires y el entonces ministro del Interior José Luis Manzano se esforzaba duramente por esconder ese hecho. Nadie debía vincular lo ocurrido con Siria ni ningún ciudadano sirio.
Dos años más tarde, llegaría el segundo atentado, esta vez en la sede de la AMIA. Cuando ocurrió, Menem llamó a su hija Zulemita y con voz preocupada le preguntó si estaba bien. ¿Por qué lo hizo? ¿Esperaba acaso un atentado contra alguno de sus hijos?
Como sea, lo que vino después fue más de lo mismo: desinformación y ocultamiento de hechos y pruebas. Por caso, se inventó la existencia de una fantasmal camioneta bomba —que jamás vio ninguno de los 200 testigos del hecho— y se taparon los nombres de los que aparecían como posibles responsables del hecho. Dos de ellos fueron Nassif Hadad, dueño del volquete donde realmente estuvo la bomba; y Alfredo Yabrán, titular de la empresa de limpieza que la noche anterior había estado en la AMIA. Ambos, casualidad o no, eran sirios y Menem había dado una orden directa: no investigar a ningún ciudadano de esa nacionalidad.
Matar a un ruiseñor
Cuando llegó el tercer mensaje, Menem entendió que ya no había duda alguna de que él era el destinatario. Ocurrió un año después de que explotara la mutual israelí, el 15 de marzo de 1995, cuando cayó el helicóptero en el que viajaba su hijo. En ese mismo instante, se cumplía el vaticinio de la carta que había llegado a Corach.
Hay que destacar que, según dos peritajes independientes, la caída de la aeronave se debió a los impactos de bala que recibió en vuelo por parte de fusiles Fal calibre 7,62. Por caso, hay fotos y videos del momento que muestran a las claras esos “agujeros”.
A la hora de indagar al respecto, mucho más no pudo hacerse, ya que el helicóptero fue vendido el mismo día en que se desplomó a un chatarrero que se encargó de desguazarlo y hacerlo desaparecer. Fue una imperdonable irregularidad, ya que se trataba de un elemento de prueba en el marco de la investigación de la muerte del hijo de un Presidente de la Nación en ejercicio.
Sin embargo, no fue la única irregularidad. De lo mucho que podría mencionarse, se destacan tres puntos:
-Más de la mitad de los custodios de Carlitos Menem decidieron no acompañarlo esa mañana excusándose en cuestiones de lo más insólitas, como dolores de cabeza o problemas familiares.
-Los pocos custodios que fueron con él, lo abandonaron 20 Km antes de que cayera el helicóptero, aduciendo haber pinchado una goma, lo cual se demostró falso posteriormente. Asimismo, aseguraron que necesitaban cambiar los cascos con los que competiría Carlitos, de un auto al otro, pero esos elementos de competición estaban en la aeronave que manejaba el vástago presidencial.
-Catorce testigos que, de una manera u otra, alimentaron la hipótesis del atentado, fueron asesinados uno tras otro. Podría suponerse una casualidad, pero nada le ocurrió a los que sostuvieron que se trató de un accidente.
Hay más irregularidades que las descriptas, pero ya han sido señaladas a lo largo de los años con certera precisión y detalle.
Concluyendo
Carlos Menem pagó cara su traición a los sirios y jamás pudo reponerse por ello. Hay que recordar que en un primer momento intentó negar lo ocurrido, asegurando que su hijo había muerto por causa de un “lamentable accidente”; pero cuando promediaba su gobierno, en 1999, se atrevió a decir lo que antes no se había animado: que su hijo había sido asesinado.
El lugar elegido para confesarlo fue el living de Susana Giménez. “En el fuselaje del helicóptero había impactos de bala, no hay duda de que mataron a mi hijo”, dijo en esa ocasión.
A pesar del cambio de discurso, hasta la jornada de hoy la verdad sigue sin poder imponerse al silencio.
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