La muerte de José Luis Cabezas, ocurrida hace 24 años, conmociona hasta el día de hoy a la ciudadanía toda. Los mensajes en las redes sociales se multiplican hasta el infinito, todos ellos con una consigna inequívoca: “No se olviden de Cabezas”.
Los colegas hacen lo propio, recordando a aquel que fue asesinado ejerciendo “el oficio más hermoso del mundo”, como lo definió el gran maestro Gabriel García Márquez.
Todo ello es motivador y toca el alma, pero ciertamente es hipócrita. ¿Qué hicieron todos esos hombres de prensa para que no asesinaran a Cabezas?
Es bien cierto que poco y nada se podría haber hecho para evitar que ese 25 de enero el malogrado fotógrafo fuera asesinado y quemado. No justamente ese día.
Pero sí se podría haber desactivado el crimen desde otro lugar. Si todo el periodismo hubiera actuado en conjunto en investigar a Alfredo Yabrán antes de que se convirtiera en el monstruo que fue, es probable que ello no hubiera ocurrido. ¿O acaso el empresario postal hubiera eliminado a todos y cada uno de los periodistas que ponían el foco sobre su persona?
Los únicos que se animaron a avanzar sobre la figura de Yabrán fueron los colegas de revista Noticias, del grupo Perfil, con una valentía pocas veces vista. Todos los demás callaron. Todos.
¿Es que desconocían quién era este misterioso empresario postal? Para nada, su figura era conocida por todos. Si bien su rostro era un misterio, todos sabíamos que existía y que se dedicaba a tener a sueldo a referentes de la política de la UCR, del PJ, e incluso a reconocidos periodistas. Los dos más conocidos: Bernardo Neustadt y Daniel Hadad.
Ello justamente fue lo que operó para que nadie se animara a indagar sobre su persona. Algunos por miedo, otros por interés… como sea, los periodistas callaron.
Luego llegó lo que parecía inevitable: la persecución a los únicos que se animaron a develar el misterio Yabrán. Amenazas, presiones, pinchaduras de neumáticos y rotura de vidrios, entre otras cosas.
Cuando ello ocurrió, el silencio de los colegas permaneció incólume. Otra vez: todos sabíamos lo que pasaba, pero el miedo pudo más.
Después de ello llegó la tragedia: la muerte brutal de Cabezas, en una inhóspita cava. Ahí reaccionaron todos, los políticos, los empresarios y los periodistas. Pero ya era tarde. Ya nada había para hacer.
Hoy en día, cuando todos esos que callaron levantan sus pancartas con el rostro del fotógrafo de Noticias, solo cabe hablar de hipocresía. La solidaridad quedó allá lejos, perdida.
Está bueno que los colegas se solidaricen con la causa Cabezas, es inspirador y emotivo, pero ya no sirve.
Una última digresión: fui uno de los pocos periodistas que denunció al grupo Yabrán cuando nadie hablaba de su accionar. Quien lo dude puede consultar mi libro “La mafia, la ley y el poder”, escrito por mí en 1996, un año antes de que asesinaran a Cabezas.